Introducción
La enfermedad por coronavirus 2019 (COVID-19 por su sigla en inglés), causada por el coronavirus 2 del síndrome respiratorio agudo grave (Severe Acute Respiratory Syndrome [SARS]-CoV-2), surgió en China a finales de 2019 y se propagó rápidamente en todo el mundo; el 11 de marzo de 2020, la Organización Mundial de la Salud declaró el estado de pandemia. Desde su aparición, COVID-19 ha afectado a más de 21 millones de personas y ocasionado más de 750 000 decesos.
Las epidemias y pandemias virales, incluidas la de la influenza H1N1, la del virus del Ébola y la del virus Zika se han asociado con trastornos neuropsiquiátricos por efectos directos de la infección y por las consecuencias psicológicas, sociales y económicas vinculadas con la pandemia. Más específicamente, la epidemia por SARS-CoV-1 y por coronavirus del síndrome respiratorio de Medio Oriente (MERS por su sigla en inglés) se asoció con prevalencia alta de morbilidad psiquiátrica, por ejemplo trastornos en el estado de ánimo, ansiedad y síntomas postraumáticos. Si bien COVID-19 difiere de las enfermedades por otros coronavirus en términos de la incidencia y la distribución de la enfermedad, se ha sugerido que también podría acompañarse de consecuencias importantes sobre la salud mental de los pacientes. Los efectos neuropsiquiátricos no obedecen exclusivamente a la acción directa del virus y, de hecho, los factores de estrés psicosociales asociados con la pandemia podrían exacerbar o desencadenar enfermedad psiquiátrica en sujetos no infectados. Los profesionales de la salud expuestos directamente a COVID-19 son particularmente vulnerables a presentar un amplio espectro de complicaciones neuropsiquiátricas, incluidas ansiedad, depresión y trastorno de estrés postraumático.
En el presente estudio prospectivo longitudinal se analizó la prevalencia puntual de síntomas neuropsiquiátricos en pacientes internados por COVID-19.
Pacientes y métodos
Durante un período de un mes se reclutaron pacientes internados por COVID-19 en dos grandes centros (un centro urbano de atención terciaria y un hospital comunitario) de la ciudad de Nueva York. Se incluyeron pacientes internados en sala general; se aplicaron cuestionarios especiales para la detección de depresión, ansiedad y delirio. Los pacientes fueron controlados por vía telefónica después de dos semanas y evaluados nuevamente para la identificación de síntomas de depresión, ansiedad y trastorno por estrés agudo.
Los pacientes debían tener infección confirmada por SARS-CoV-2 por reacción en cadena de la polimerasa por transcriptasa reversa (RT-PCR por su sigla en inglés) en hisopado nasofaríngeo o diagnóstico presuntivo de COVID-19 por síntomas altamente compatibles. En el momento del reclutamiento, los investigadores evaluaron los antecedentes psiquiátricos antes de la internación. La presencia de síntomas de depresión y ansiedad se determinó con la Hospital Anxiety and Depression Scale (HADS), un cuestionario de 14 secciones para adultos. Se solicitó al personal de enfermería que completar la forma abreviada del Confusion Assessment Method (sCAM), un instrumento de 5 secciones para la detección de delirio. En el control realizado a las 2 semanas, los pacientes completaron nuevamente la HADS y completaron por primera vez la National Stressful Events Survey Acute Stress Disorder Short Scale (NSESSS), de 7 dominios. La persistencia de los síntomas durante más de un mes define el trastorno de estrés postraumático. Se tuvieron en cuenta las características demográficas, los hallazgos clínicos y las comorbilidades. El criterio principal de valoración fue la prevalencia puntual de delirio, humor deprimido o ansiedad y trastorno por estrés agudo al inicio y dos semanas más tarde.
Resultados
Se identificaron 247 pacientes con COVID-19 internados en sala general; 111 reunieron los criterios para la inclusión en el estudio y 58 aceptaron participar. Un total de 44 enfermos (76%) completó las dos valoraciones. La edad promedio de los pacientes fue de 59 años y el 65% era de sexo masculino. Quince enfermos (26%) tenían antecedentes psiquiátricos y 11 (19%) referían antecedente de abuso de drogas ilícitas. El puntaje promedio del índice de Charlson de comorbilidades fue de 9.9, puntaje que se correlaciona con un índice de mortalidad intrahospitalaria de más de 8%. La diabetes, la insuficiencia cardíaca congestiva y el antecedente de accidente cerebrovascular o accidente isquémico transitorio fueron las comorbilidades más comunes.
Al inicio, el puntaje promedio de la HADS-A fue de 5.4 puntos; 21 pacientes (36%) tuvieron síntomas clínicamente relevantes de ansiedad (8 puntos o más). A las dos semanas, el puntaje de la HADS-A fue de 3.4 y 4 enfermos (9%) tenían 8 puntos o más. La mejoría promedio de los puntajes de la HADS-Anxiety fue de 1.3 puntos.
Al ingreso, el puntaje promedio de la HADS-D fue de 6.3 puntos; 17 pacientes (29%) tuvieron depresión clínica relevante (8 puntos o más). A las dos semanas, el puntaje promedio fue de 4.2 puntos, con 9 enfermos con 8 puntos o más. La mejoría promedio en el puntaje de la escala fue de 1.2 puntos.
Al inicio, ningún paciente presentó delirio; el puntaje promedio de la NSESSS a las dos semanas fue de 0.78; 11 enfermos (25%) presentaron síntomas leves a moderados de trastorno por estrés agudo. El alta al hogar no se asoció con mejoría de los síntomas psiquiátricos.
Conclusión
En pacientes internados por COVID-19 se comprueba una prevalencia alta de síntomas clínicamente relevantes de ansiedad y depresión, no relacionados con la gravedad de la enfermedad. En el transcurso de las 2 semanas que siguen a la internación, la ansiedad mejora considerablemente, mientras que los síntomas depresivos persisten. Quince días después de la internación, alrededor de la cuarta parte de los enfermos tienen síntomas leves a moderados de trastorno por estrés agudo.
Copyright siicsalud © 1997-2024 ISSN siicsalud: 1667-9008