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La evidencia sugiere que el coronavirus de tipo 2 del síndrome respiratorio agudo grave (SARS-CoV-2, por su sigla en inglés) es el responsable de la nueva pandemia de la enfermedad por coronavirus 2019 (COVID-19), y debido a este se acrecienta la aparición de eventos psiquiátricos. Ciertamente, se han informado nuevos casos de trastornos mentales, como la psicosis reactiva, la ansiedad, el insomnio, el pánico y los trastornos obsesivo-compulsivos, en personas por lo demás sanas. Muchas personas que antes se caracterizaban por una férrea resiliencia para enfrentar la enfermedad, después de la COVID-19 se volvieron menos capaces de combatirla debido a los múltiples factores estresantes generados por la pandemia. De hecho, el miedo puede ser la causa subyacente de tales eventos psiquiátricos, ya sea en relación con la aparición de los síntomas de SARS-CoV-2 o con el encierro en sí.
En esta revisión, se presenta el caso de una mujer de 39 años, enfermera domiciliaria, con un nivel sociocultural acorde a su profesión, sin antecedentes de trastornos somatomorfos u otra afección psiquiátrica, que presentó infección por el SARS-CoV-2, con temblores funcionales. El 5 de marzo de 2020, la paciente comenzó a experimentar fiebre (~ 38 °C), anosmia, dolor muscular y síntomas gastrointestinales, con un frotis nasofaríngeo que fue positivo para SARS-CoV-2 el día 22 de marzo. Consecuentemente, la paciente inició el período correspondiente de cuarentena, consistente en autoaislamiento, en cuyo lapso dos de sus compañeras convivientes fueron positivas también para el SARS-CoV-2.
La paciente, tras 7 días de sintomatología leve, comenzó a manifestar temblor en las extremidades inferiores, de frecuencia y amplitud variables, sin temblores en miembros superiores ni cefálicos. Presentaba movimientos anormales al sentarse, adoptando posturas distónicas en los miembros inferiores, con marcha atáxica al caminar y movimientos espasmódicos en el decúbito supino durante el reposo. El 30 de marzo ingresó en el servicio de urgencias y fue tratada con benzodiacepinas, sin respuesta. El 1 de abril fue admitida en el Departamento de Neurología, donde no se encontraron alteraciones neurológicas en el examen físico de rutina, y el 10 de abril fue dada de alta con el diagnóstico presuntivo de trastorno funcional.
Dado que para el 17 de abril el temblor y los movimientos anormales se habían exacerbado, se sometió a la paciente a una resonancia magnética de cerebro y de columna, con y sin gadolinio, sin hallazgos anormales. Asimismo, fue derivada a un neurólogo que le prescribió pruebas serológicas adicionales, sin detección de bacterias Borrelia burgdorferi y Treponema pallidum, enfermedad por el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH), síndrome de anticuerpos antifosfolípidos, enfermedad tiroidea, péptido natriurético cerebral o niveles elevados de ceruloplasmina.
Finalmente, el 7 de mayo, el SARS-CoV-2 fue indetectable en el hisopado nasofaríngeo. De hecho, en los días siguientes, la intensidad y la frecuencia del temblor disminuyeron y la paciente pudo caminar con ayuda. En el examen neurológico del 13 de mayo, se caracterizó al trastorno del movimiento como funcional, destacando el fenómeno de arrastre y el indiscutible efecto de las maniobras de distracción que repercutieron directamente en la calidad del movimiento, modificando particularmente su intensidad. De manera análoga, se verificó al movilizar pasivamente los miembros inferiores, la coactivación de los músculos agonistas y antagonistas. Asimismo, los potenciales evocados somatosensoriales del nervio peróneo fueron normales. Por último, en la evaluación psiquiátrica, la paciente se sintió cómoda y dispuesta en la entrevista, y se descartó el síndrome de Münchhausen.
Para destacar la importancia de este caso, cabe señalar que una paciente sin antecedentes de eventos psiquiátricos o neurológicos previos a la infección por el SARS-CoV-2, mostró tras la viremia una sintomatología psiquiátrica completamente nueva, que se asemeja mucho a otras enfermedades neurológicas. De hecho, los temblores y los movimientos anormales podrían corresponderse potencialmente con una infección viral subyacente del sistema nervioso central o periférico; por lo cual, se requirió de mucho tiempo y de numerosas pruebas diagnósticas antes de llegar al diagnóstico presuntivo.
Por otra parte, se presume que el trauma psiquiátrico surge de la condición de la COVID-19 en sí o de los efectos del aislamiento debido al confinamiento. La manifestación del trauma sobreviene en el cuerpo, en este caso a través de los temblores y los trastornos del movimiento, mediante un mecanismo de defensa y el recuerdo de diferentes padecimientos previos. Ciertamente, durante el tiempo de aislamiento, puede reaparecer una dependencia o un contacto con el mundo interno que es difícil de elaborar y es capaz de inducir mecanismos disociativos. De hecho, durante el último examen neurológico y psiquiátrico, la paciente recordó que había experimentado previamente sensaciones similares mientras escalaba rocas. Específicamente, contó cómo sintió miedo y se paralizó a la mitad de su ascenso cuando sus piernas comenzaron a temblar. Este recuerdo destacó el origen funcional del trastorno del movimiento, dado que manifestaba su incapacidad para comunicar el miedo mediante la palabra en lugar del cuerpo. Sobre todo, relató un aumento súbito de los temblores y de los movimientos anormales tras el alta hospitalaria. Por consiguiente, se fortalece aún más el concepto de que los temblores y los trastornos del movimiento respondían al miedo y al aislamiento supeditados al SARS-CoV-2.
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