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El agente etiológico de la enfermedad infecciosa que apareció en 2019, denominada COVID-19, en la ciudad de Wuhan, China es el coronavirus 2 del síndrome respiratorio agudo grave (SARS-CoV-2, por su sigla en inglés). Se ha sugerido que su origen es zoonótico. La secuencia genómica del SARS-CoV-2 indica que pertenece al género Betacoronavirus, y se informó una identidad del 80% al 96% con SARS-CoV y 50% con el coronavirus del síndrome respiratorio de Medio Oriente (MERS-CoV, por su sigla en inglés), que se originan en murciélagos. De los 7 subtipos de este virus, los betacoronavirus pueden causar enfermedad grave y muerte. En contraste, los alfacoronavirus se asocian con infección leve o asintomática. El virus puede unirse al receptor de la enzima convertidora de angiotensina 2 (ECA2) de las células del huésped. El período de incubación y de inicio de los síntomas de SARS-CoV-2 es, en promedio, de 5 días. La muerte de la persona infectada puede producirse en un período de 6 y 41 días, con un promedio de 14 días. Los síntomas más frecuentes a nivel del aparato respiratorio comprenden tos seca, rinorrea, faringitis y disnea, asociadas con cefalea y fiebre. Por otro lado, algunos pacientes pueden presentar síntomas gastrointestinales como diarrea, o aun síntomas leves o comportarse como portadores asintomáticos. Por ello, se ha propuesto analizar muestras de orina y materia fecal para excluir o identificar vías alternativas de transmisión. En las radiografías y tomografías pulmonares son características las opacidades bilaterales en vidrio esmerilado. La vía de diseminación de la COVID-19 parece ser la transmisión de persona a persona, así como el contacto con superficies contaminadas con gotas eliminadas al toser o estornudar. Los principales casos de muerte asociada con coronavirus ocurren principalmente en personas de mayor edad, probablemente debido a deficiencias en el sistema inmunitario. Los niños o adultos con enfermedades subyacentes, como diabetes, enfermedad cardiovascular (incluida hipertensión arterial o enfermedad pulmonar) y cáncer presentan riesgo más elevado de infección por coronavirus. De acuerdo con los resultados de un metanálisis, la probabilidad de presentar COVID-19 grave oscila entre 2.4 y 3.5 veces en caso de hipertensión arterial, enfermedad respiratoria y enfermedad cardiovascular. También la obesidad y el tabaquismo se relacionan con riesgo elevado. La mediana de la tasa de letalidad para menores de 60 años es < 0.2%, en comparación con el 9.3% en mayores de 80 años. Las comorbilidades incrementan el riesgo de mortalidad hasta 5 veces. Hasta la fecha no hay disponibilidad de tratamiento farmacológico específico o vacunas contra el virus de la COVID-19, por lo que se han implementado medidas de aislamiento y productos de desinfección para reducir la transmisión.
Transmisión de COVID-19. Estabilidad en las superficies
El coronavirus de la COVID-19 contamina el aire en forma significativa, así como las superficies por la circulación de aerosoles. Las estimaciones de contagio por cada persona infectada (conocido como R0) es 1.5 a 3.9 personas e incluso más de 6.5, y en el interior de los ambientes oscila entre 5 y 14. La transmisibilidad es similar a la de otros betacoronavirus, como SARS-CoV (R0 = 2.2-3.6) y MERS-CoV (2 a 6.7). Se ha concluido que desde que comenzó la epidemia, el R0 es 2.38, y de acuerdo con estudios recientes, hasta 5.7, lo que indica que SARS-CoV-2 tiene una transmisibilidad relativamente alta y sostenida. Se ha informado que SARS-CoV-2 es más contagioso, pero menos letal, que SARS-CoV. El virus presenta niveles intermedios de potencial transmisión respiratoria y fecal-oral de acuerdo con un modelo que mide el porcentaje de alteración intrínseca (PID, percentage of intrinsic disorder) de proteínas de membrana y de la nucleocápside en los virus. Los virus que resisten en ambientes hostiles presentan cubiertas externas más fuertes, es decir menos alteradas. Los niveles elevados de alteración de la capa interna podrían asociarse con elevada infectividad, en especial respecto de virus con elevado potencial de transmisión por vía respiratoria. El SARS-CoV-2 tiene la capa externa más fuerte entre los coronavirus. Esta peculiaridad podría explicar su alto grado de contagio, dado que le permitiría resistir en mayor medida fuera del cuerpo. Asimismo, esto podría implicar que se requieren menos partículas virales para mayor probabilidad de infección. Esto podría explicar no solo la elevada diseminación de la COVID-19, sino también la capacidad del virus de diseminarse aun antes de que el paciente comience a mostrar síntomas. La estabilidad de los virus en el ambiente es esencial en el análisis de riesgo. Las altas temperaturas causan una inactivación viral más rápida, y lo contrario ocurre con las bajas temperaturas, los virus pueden sobrevivir durante más tiempo. Los virus que se transmiten por vía de aerosoles, como el coronavirus, persisten con potencial infeccioso en forma de aerosoles finos por tiempo prolongado. Esta estabilidad se ve afectada por factores estresantes ambientales, como la humedad relativa. La transmisión de COVID-19 por el aire ocurre en 2 formas diferentes y no requiere contacto físico: aerosoles de gotas producidos al toser, estornudar o hablar que tienen impacto directo sobre un sujeto susceptible y se alojan en superficies; o al inhalar aerosoles con partículas virales que pueden persistir en el aire durante horas. Se publicó la presencia de partículas virales de SARS-CoV-2 en sistemas de ventilación en un hospital donde se atendían pacientes con COVID-19. Esto concuerda con la hipótesis de la existencia de una nube de gas turbulento como forma de transmisión de la enfermedad. Por ello, la Organización Mundial de la Salud (OMS) aconseja al personal de salud a mantener una distancia entre 1 y 2 metros de la persona infectada, mientras que los Centers for Diseases Control and Prevention de 2 metros. Sin embargo, estas distancias no estiman la persistencia en el tiempo de la nube y su carga patogénica, lo que subestima la potencial exposición de un trabajador de la salud o persona sana. El equipo de protección personal debe tener la capacidad de resistir en forma repetida el tipo de gas turbulento que puede ser expulsado durante un estornudo o la tos y la exposición al virus. Si bien el SARS-CoV-2 puede sobrevivir durante horas sobre superficies como fómites, un desinfectante simple puede eliminarlo. El coronavirus puede persistir sobre superficies plásticas 6.8 h (vida media 15.9 h), cobre (3.4 h), cartón (8.45 h) y acero inoxidable (13.1 h), y menos tiempo en forma de aerosoles (2.7 h). Este virus no resiste temperaturas superiores a 26 ºC, pero puede sobrevivir entre 5 y 10 minutos en la piel, entre 6 y 12 h en materiales plásticos y 12 h en metal. Otra probable vía de transmisión del virus es la fecal-oral, ya que está presente en las heces. Las precauciones para enlentecer la diseminación de la COVID-19 incluyen lavarse las manos durante 20 a 30 segundos con agua y jabón, o utilizar sanitizantes para manos de alcohol al 60% a 80% e implementar protocolos de limpieza para superficies mediante sustancias químicas.
Factores ambientales y su influencia sobre la infección por coronavirus 2
Calidad del aire
Durante la pandemia de COVID-19 se redujo la emisión de gas de efecto invernadero debido a la disminución de la actividad industrial y de refinerías, así como del uso de vehículos y sistemas de transporte. Se documentó una reducción significativa de la contaminación del aire en grandes ciudades a escala mundial. Esto se revertirá cuando se reactive la economía.
COVID-19 y partículas atmosféricas
Existe una alta correlación entre la presencia de ozono, dióxido de sulfuro y dióxido de nitrógeno y de partículas finas en la inducción de la hiperexpresión de interleuquinas proinflamatorias. El dióxido de nitrógeno es un marcador común de contaminación y actividad industrial asociado con morbimortalidad. La exposición prolongada a la contaminación del aire aumenta el riesgo de enfermedades respiratorias crónicas y de afecciones infecciosas. Las partículas finas de 2.5 mm de diámetro (PM 2.5) suspendidas en el aire pueden ingresar al tracto respiratorio inferior y causar inflamación crónica, con producción de moco y disfunción del epitelio ciliar, primer mecanismo de defensa del aparato respiratorio. El SARS-CoV-2 puede unirse a PM y persistir en la atmósfera. No obstante, aún no hay pruebas para concluir un mecanismo de difusión de COVID-19 por vía aérea mediante PM. Sin embargo, la exposición crónica a la contaminación del aire puede representar un factor de riesgo para determinar la gravedad de la COVID-19 y la incidencia de eventos fatales.
Conclusiones
El impacto de la COVID-19 sobre la salud representa un efecto negativo debido a la escasez de información sobre la conducta en condiciones naturales de acuerdo con su estabilidad en el ambiente, y se refleja en la falta de sistemas de salud a escala mundial. Por otro lado, su impacto sobre el medio ambiente a corto plazo se asocia con efectos positivos temporarios sobre la calidad del aire, que se manifiesta en la salud al reducir la transmisión e infección de otros patógenos virales. El impacto a largo plazo de la infección por SARS-CoV-2 es incierto a nivel ambiental y sobre la salud de los seres humanos. Por ello, los autores resaltan que resulta imperativo que las acciones epidemiológicas se enfoquen en las posibles vías de transmisión, la influencia del medio ambiente sobre la diseminación del virus entre personas y los probables reservorios.
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