El impacto de la COVID-19 depende del grupo etario afectado. Las personas mayores de 65 años se ven principalmente afectadas tanto con respecto a la gravedad de la enfermedad como al riesgo de mortalidad. Las presentaciones atípicas en ancianos pueden deberse a los cambios fisiopatológicos del envejecimiento o a la alteración de la inmunidad debido al impacto de las comorbilidades crónicas.
La temperatura corporal media disminuye con la edad. Por lo tanto, la fiebre podría no ser un síntoma determinante de COVID-19 en ancianos, especialmente en los más frágiles, incluyendo los residentes de hogares geriátricos.
En ancianos con patología pulmonar crónica puede resultar difícil diferenciar tos y disnea. La pérdida del olfato y del gusto también resulta difícil de diferenciar en estos pacientes dado que diversas medicaciones o procesos neurodegenerativos pueden causar dicho deterioro sensorial. La fatiga y los dolores corporales también son frecuentes en ancianos y por tanto, no específicos. Sin embargo, otros síntomas pueden resultar de mayor valor para el diagnóstico de COVID-19 como odinofagia, congestión, náuseas, vómitos o diarrea.
Uno de los síntomas de presentación en ancianos puede ser el delirio, incluso sin otros síntomas asociados a COVID-19, de acuerdo con datos de publicaciones. La edad mayor a 75 años, la residencia en un hogar geriátrico, el antecedente de medicación psicoactiva, trastornos visuales y auditivos, accidente cerebrovascular y enfermedad de Parkinson fueron predictores de delirio. Además, el delirio se asoció con internación, internación en terapia intensiva, rehabilitación y mortalidad. Asimismo, las estrategias implementadas durante la internación para COVID-19 pueden contribuir con la desorientación de los pacientes y aumentar el riesgo de delirio, como la restricción de las visitas, el aislamiento y el empleo de equipos de protección personal.
Otro síntoma de presentación de COVID-19 son las caídas. La fragilidad se asoció con incremento de la gravedad de COVID-19. De hecho la presencia de fragilidad se asoció también con menor recuento linfocitario y específicamente, menor recuento de CD8, lo que ilustra la interacción de la fragilidad, la inmunosenescencia y la COVID-19.
La anorexia puede conducir a deshidratación y dificultad para mejorar en ancianos y constituye una importante presentación de COVID-19.
En pacientes mayores de 85 años, las caídas o la fatiga de reciente comienzo en pacientes con un buen estado funcional de base debe considerarse un síntoma de enfermedad. Los niveles pico de proteína C reactiva y el nadir en el recuento linfocitario constituyen predictores de muerte, así como la disnea y la desaturación de oxígeno, en los pacientes de mayor edad con COVID-19. Por otro lado, aproximadamente 40% de los pacientes mayores con COVID-19 no presentan alteraciones radiográficas.
El tratamiento farmacológico del delirio en ancianos puede asociarse con efectos adversos significativos. Por ello, sólo está indicado en caso de riesgo de autoagresión debido al peligro de extubación o interrupción del tratamiento médico.
La permanencia dentro del hogar puede alterar el ciclo sueño-vigilia. La alteración de los ritmos circadianos puede a su vez desencadenar delirio y alterar el sistema inmunológico. Ciertos programas hospitalarios pueden contribuir a prevenir el delirio al preservar el sueño así como la función cognitiva.
En pacientes ancianos con deterioro cognitivo moderado o avanzado, resulta difícil implementar las medidas de salud pública de distanciamiento social, uso de barbijo e higiene de manos. Además, en pacientes internados, el antecedente de demencia constituye un factor de riesgo de mortalidad.
La atención exitosa del paciente anciano es de naturaleza multidisciplinaria. La atención incluye varios actores como médicos, enfermeras, geriatras, trabajadores sociales, farmacéuticos, terapistas físicos y ocupacionales. Muchos de estos servicios realizados en el hogar fueron interrumpidos por la pandemia. Por lo tanto, resulta imperativo pensar en forma creativa ciertas alternativas para la atención en el hogar como el empleo de plataformas virtuales, ejercicios en el hogar, mantener una nutrición adecuada, hidratación y el apoyo familiar.
La lectura de labios resulta crítica para la comunicación en los ancianos con alteraciones auditivas. Los barbijos dificultan esto. Para superar esta barrera resulta fundamental hablar en forma clara y preguntar por confirmación verbal.
La COVID-19 todavía no tiene un tratamiento definitivo, y los ancianos presentan riesgo elevado de morbimortalidad. Por ello, podría ser acertado determinar las metas globales de tratamiento de antemano para facilitar la atención de estos pacientes.
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