Los primeros casos de enfermedad por coronavirus 2019 (COVID-19 por su sigla en inglés) se describieron en Wuhan, China, a finales de diciembre de 2019. Alrededor de un mes después, la Organización Mundial de la Salud declaró el estado de pandemia de infección por el nuevo coronavirus (SARS-CoV-2), causa de COVID-19. Hasta el momento de publicación del presente estudio se comunicaron más de 47 930 397 casos confirmados en todo el mundo (1 328 832 en España) y más de 1 200 000 fallecidos en total (38 833 en España).
La crisis sanitaria asociada con COVID-19 no tiene precedentes. Ya no existen dudas acerca de los profundos cambios que la pandemia ha generado y generará en la forma de ejercer la medicina (con un papel importante de la telemedicina), la forma de vivir en general y, probablemente, la forma de ser de los seres humanos.
El sistema de atención primaria se ha visto particularmente afectado por la crisis sanitaria; España es el país con más profesionales sanitarios contagiados por coronavirus, según los datos oficiales disponibles. Un informe del 23 de abril del Centro Europeo para el Control y Prevención de Enfermedades refiere que el 20% de los casos registrados en España afectan a profesionales de la salud, sobre todo profesionales que ejercen en el ámbito de atención primaria y de urgencias, en comparación con 10% en Italia o 3% en los Estados Unidos.
La falta de tratamientos eficaces y vacunas contra SARS-CoV-2, en simultáneo con el incremento exponencial de los índices de infección desde febrero de 2020, ha motivado la implementación, en muchos países, de medidas no farmacológicas, como el confinamiento en domicilio y otras medidas de distancia social, el cierre de centros educativos y espacios públicos y recomendaciones para extremar las medidas de higiene (lavado de manos y uso de mascarillas).
Los sistemas sanitarios de la mayoría de los países no estaban preparados para hacer frente a esta crisis; las camas hospitalarias, las disponibilidades de internación en unidades de cuidados intensivos, y la disponibilidad de respiradores y equipos de protección individual no estuvieron a la altura de las circunstancias.
En este escenario, el abordaje de atención sanitaria centrado en el paciente en condiciones normales se desvió hacia un enfoque para condiciones de emergencia. En este contexto, los protocolos de cribado (triaje) que permiten priorizar rápidamente la atención requerida por los pacientes deben ser establecidos con certeza. En la presente revisión se describen los cambios más importantes que se produjeron en el ámbito de atención primaria, durante la pandemia de COVID-19.
Cancelación de actividades programadas y falta de atención a pacientes ancianos y sujetos con enfermedades crónicas
Se generaron circuitos diferenciados para pacientes sospechosos con síntomas respiratorios y pacientes no sospechosos, con especial énfasis en la atención telefónica, y desalentando las consultas presenciales. Muchos pacientes con enfermedades crónicas sufrieron consecuencias desfavorables.
Desabastecimiento de equipos de protección personal, equipos para diagnóstico rápido y exposición al contagio de los profesionales sanitarios
La alta demanda de equipos de protección individual y de pruebas serológicas o de reacción en cadena de la polimerasa (PCR por su sigla en inglés) motivó una situación de escasez mundial, que ha dificultado el abastecimiento en cantidades mínimamente suficientes para la población en general y la población sanitaria en particular.
Implementación de la telemedicina en atención primaria
La telemedicina es la prestación de asistencia médica por medio de tecnologías de la información y comunicación cuando la distancia se convierte en un factor crítico. Su finalidad es proporcionar atención clínica al paciente, prevenir enfermedades y lesiones, y educar en salud a pacientes y profesionales. La implementación de la telemedicia conlleva aspectos éticos indudables, tal como lo refirieron la Asociación Médica Mundial y otras organizaciones. Los aspectos más importantes en este sentido tienen que ver con la relación médico-paciente, la autonomía del paciente y el consentimiento informado, la calidad en la atención, la brecha digital y las dificultades de acceso, los derechos a la intimidad, la protección de datos y la confidencialidad, y la responsabilidad del personal sanitario.
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