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La enfermedad por el coronavirus SARS-CoV-2 fue detectada por primera vez en diciembre de 2019 en Wuhan, China. Debido a su alto poder de difusión, varios países confirmaron la presencia de casos alóctonos a mediados de enero de 2020.
La fisiopatología del SARS-CoV-2 es similar a la del SARS-CoV-1, ya que presentan lesiones pulmonares agudas debido a la inflamación agresiva iniciada por la replicación viral. La infección puede causar aumento de la secreción de interleuquinas proinflamatorias e interferón gamma, que producen daño pulmonar.
Debido al envejecimiento de la población, las enfermedades del sistema circulatorio aparecen como la principal causa de mortalidad. Al asociar esta información con estudios recientes de complicaciones cardiovasculares y su agravamiento por el SARS-CoV-2, es evidente que las medidas de prevención y control que reducen los riesgos de infección son herramientas importantes en la reducción de casos graves.
Este artículo relaciona la actual pandemia con las repercusiones cardiovasculares, y remarca la importancia del aislamiento social como medida para prevenir y controlar la propagación de la enfermedad, así como para preservar el sistema de salud.
Si bien la transición demográfica tiene lugar de manera diferente de un país a otro; en general, se caracteriza por un aumento de la población añosa en comparación con otros grupos de edad, ya que crece alrededor de un 4% anual. En simultáneo con el aumento del número de personas mayores, se produce una transición epidemiológica, con un aumento en la proporción de enfermedades circulatorias, diabetes mellitus, neoplasias y enfermedades respiratorias.
La tasa de mortalidad por COVID-19 puede ser nueve veces mayor en personas con alguna enfermedad crónica en comparación con aquellas sin enfermedad preexistente. Los datos proporcionados por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en febrero mostraron que en el grupo de personas infectadas sin comorbilidades, sólo falleció el 1.4%, mientras que en pacientes con alguna enfermedad cardiovascular, la tasa alcanzó el 13.2%; la letalidad total fue del 3.8%.
La presentación grave de la enfermedad se observó en pacientes de edad avanzada con un mayor número de comorbilidades en comparación con los pacientes no graves. Estos hallazgos sugieren que la edad y las comorbilidades asociadas pueden ser uno de los factores de riesgo para los pacientes críticamente enfermos.
En un informe de casos de 138 pacientes internados con COVID-19, el 16.7% de los enfermos presentaron arritmias y el 7.2% sufrió lesión cardíaca aguda, además de otras complicaciones relacionadas con COVID-19. También se informaron casos de insuficiencia cardíaca aguda, infarto de miocardio, miocarditis, paro cardíaco, daño cardíaco agudo, shock y arritmia. En la fase aguda de la enfermedad grave, al igual que en los casos de infecciones virales graves distintas del SARS-CoV-2, se puede observar taquicardia, hipotensión, bradicardia, arritmias y muerte súbita. Los estudios de cohortes publicados hasta la fecha muestran tasas de insuficiencia cardíaca aguda, shock y arritmia del 7.2%, 8.7% y 16.7%, respectivamente.
Patologías crónicas como hipertensión, diabetes, enfermedades del sistema respiratorio y cardiovasculares comparten algunos estados estandarizados con las enfermedades infecciosas, como el estado proinflamatorio y la atenuación de la respuesta inmune innata. Además, los trastornos metabólicos pueden conducir a la depresión de la función inmunológica, lo que deteriora la función de los macrófagos y linfocitos.
La insuficiencia respiratoria agravada por el SARS-CoV-2 se produce por un daño alveolar masivo. Este virus es capaz de infectar células epiteliales respiratorias humanas a través de una interacción entre la proteína S viral y el receptor de la enzima convertidora de angiotensina 2.
Otro factor importante sería el enfoque para estimar la transmisibilidad del virus mediante el cálculo de su número reproductivo (R0), que representa el número de infecciones secundarias que se producen a partir de un individuo infectado en una población susceptible. Estudios preliminares señalaron un R0 de 1.5 a 3.5, los datos más recientes sugieren un valor de 4.08. Debido a su elevado potencial de diseminación se deben mejorar y poner en práctica las medidas de higiene, como el lavado de manos con agua y jabón o con alcohol al 70%, cubrirse la boca al toser o estornudar, evitar aglomeraciones y permanecer en áreas bien ventiladas.
El período medio de incubación es de cinco días, con intervalos que pueden llegar hasta los 12 días. La transmisión puede producirse incluso sin la aparición de signos y síntomas. En ausencia de complicaciones, los síntomas consisten en fiebre, tos seca y cansancio. También puede producir secreción y congestión nasal, dolor de garganta y diarrea. Alrededor del 80% de los infectados son asintomáticos y se recuperan sin requerir ningún tratamiento especial, mientras que 1/6 de los pacientes pueden progresar gravemente, con problemas respiratorios.
Es de suma importancia que la población actúe con conciencia y permanezca en casa, sintomática o no, con el objetivo de reducir el número de infectados y retrasar la transmisión comunitaria. Quienes necesiten deambular en lugares públicos, por motivos de trabajo o fuerza mayor, deben tomar medidas preventivas.
Disminuir la propagación del virus para que el número de casos se extienda a lo largo del tiempo en lugar de tener picos al principio es una de las formas de aplanar la curva de la epidemia y evitar que el sistema de salud pública colapse.
En condiciones ideales, un individuo con COVID-19 confirmado o sospechado, debe permanecer aislado, solo en un dormitorio o en una habitación que pueda servir temporalmente como dormitorio, con un baño privado si es posible. Las puertas del dormitorio deben estar cerradas todo el tiempo, pero las ventanas deben estar abiertas.
Por tanto, el aislamiento social y las medidas preventivas son necesarias para prevenir, principalmente, que los ancianos se contagien y empeoren enfermedades preexistentes.
Existe consenso en que el grupo de mayor riesgo son los ancianos y las personas con comorbilidades, incluidas las enfermedades cardiovasculares. Lo crucial no es la gravedad de la enfermedad en sí, sino la capacidad de atender a todos los infectados que lo necesitan. Cuanto más se aplana la curva de transmisión a lo largo del tiempo, menor es la carga para el sistema de salud y mayor es la probabilidad de que satisfaga la demanda epidémica, lo que destaca la importancia del aislamiento social como medida para prevenir y controlar la propagación de la enfermedad y preservación del sistema de salud.
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