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Introducción
La enfermedad por el nuevo coronavirus 2019 (COVID-19 por su sigla en inglés), causada por el coronavirus del síndrome respiratorio agudo grave (severe acute respiratory syndrome [SARS-CoV-2]) se refirió, por primera vez, a fines de diciembre de 2019 en la China. A partir de ese momento, se ha transformado en pandemia; hacia el 29 de abril de 2020 se habían confirmado más de 3 millones de casos de COVID-19 en 185 países y regiones, con índices globales de mortalidad de más del 6%.
La enfermedad grave se caracteriza por neumonía intersticial bilateral que requiere tratamiento con asistencia ventilatoria mecánica en unidades de cuidados intensivos (UCI); esta forma de neumonía puede evolucionar a distrés respiratorio, con índices muy altos de mortalidad.
El estudio a mayor escala publicado hasta ahora, con 1591 enfermos internados en UCI en hospitales de Italia refirió una mediana de edad de 63 años; sólo el 13% de los enfermos (n: 203) tenían menos de 51 años. La hipertensión arterial, la enfermedad cardiovascular, la diabetes tipo 2 y, menos frecuentemente, la enfermedad pulmonar obstructiva crónica son comorbilidades comunes en los pacientes con COVID-19. En un estudio de China se refirieron resultados similares.
Cuando la epidemia de COVID-19 se inició en los Estados Unidos, se estimó que el panorama sería similar al comunicado en Italia. Los documentos publicados por el US Federal Government hicieron hincapié en que COVID-19 era esencialmente una enfermedad de sujetos de edad avanzada, una idea que sin duda contribuyó a la falta de implementación de medidas de prevención y aislamiento entre los sujetos más jóvenes.
Sin embargo, para cuando la pandemia llegó al Johns Hopkins Hospital a finales de marzo de 2020, comenzaron a ser internados en UCI pacientes relativamente jóvenes, muchos de ellos con obesidad. Simultáneamente, diversas comunicaciones sugerían que la obesidad también representaba un factor de riesgo para COVID-19. Este fenómeno es particularmente relevante en ciertas poblaciones, por ejemplo la de los Estados Unidos, en la cual la prevalencia de obesidad es cercana al 40%, en comparación con sólo 6.2% en la China, 20% en Italia y 24% en España.
Métodos y resultados
En el presente estudio, se aplicaron modelos de regresión de variables únicas y múltiples de cuadrados mínimos para analizar las correlaciones entre el índice de masa corporal (IMC) y la edad en pacientes con COVID-19 internados en UCI en distintos hospitales de los Estados Unidos. Los datos para el presente estudio fueron aprobados por el Johns Hopkins University Institutional Review Board.
Fueron evaluados 265 pacientes (58% de sexo masculino); se comprobó una asociación inversa significativa entre la edad y el IMC, es decir que los sujetos más jóvenes internados por COVID-19 tuvieron, más frecuentemente, obesidad. En cambio, no se observaron diferencias relacionadas con el sexo (p = 0.9).
La mediana del IMC fue de 29.3 kg/m2 y sólo el 25% de los enfermos tuvieron IMC de menos de 26 kg/m2; el 25% tuvo IMC superior a 34.7 kg/m2.
Conclusión
La obesidad puede complicar la ventilación al impedir los movimientos del diafragma, y comprometer la respuesta inmunológica frente a la infección; además, representa un estado de proinflamación e induce diabetes y estrés oxidativo que afectan, de manea adversa, la función cardiovascular.
Se concluye que en las poblaciones con prevalencia alta de obesidad podría producirse una desviación de la prevalencia de COVID-19 a grupos más jóvenes. Los adultos jóvenes con obesidad merecen, por lo tanto, atención especial y en ellos se deben intensificar las medidas de prevención.
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