GNOSIS, PRAXIS Y HUMANITARISMO COMO BASES DE LA MEDICINA

La medicina se ocupa del ser humano con sus enfermedades y de la promoción constante de la salud individual y colectiva. Está claro entonces que su responsabilidad no alcanza sólo al hombre enfermo sino también al hombre sano. Gnosis, praxis y humanitarismo son los pilares que sostienen la formación del médico.
Editado en: Salud(i)Ciencia, 18 N° 5, Agosto, 2011
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Miguel Falasco, Universidad de Buenos Aires Facultad de Medicina, Buenos Aires, Argentina

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GNOSIS, PRAXIS Y HUMANITARISMO COMO BASES DE LA MEDICINA

La medicina se ocupa del ser humano con sus enfermedades y su seguimiento y eventual curación; también se dedica con ahínco a la prevención de las mismas entidades nosológicas y, asimismo, a la promoción constante de la salud individual y colectiva. Está claro entonces que su responsabilidad no alcanza sólo al hombre enfermo sino también al hombre sano.

Se acepta hoy que desde sus orígenes prehistóricos el hombre se enfrentó con inevitables dolencias físicas, propias y ajenas, provocadas por el entorno hostil. Desde entonces ha empleado diversas herramientas con el fin de aliviar o erradicar el mal trance, tanto por honestos profesionales de la salud como por peligrosos chamanes, aún presentes en la sociedad. Estos medios utilizados para conseguir reparar el daño son principalmente cuatro, que enumeramos a continuación:
1. El intuitivo o el imaginativo. Recursos de suma urgencia, de validez circunstancial. Recuerden ustedes que como sentenció Albert Einstein: “Sólo en los momentos de crisis la imaginación es más importante que el conocimiento”.

2. El empírico, apoyado en experiencias previas. Algunas de ellas dejan fácil aprendizaje. Otras también, pero por el error cometido previamente. Si bien la experiencia vivida y la práctica con el enfermo son muy útiles y muy necesarias para la formación constante del médico, solas pueden ser responsables directas de daños no sólo físicos. La prudencia y la reflexión son atributos necesarios para ejercer la medicina.

3. El mágico, sustentado en creencias y prácticas basadas en la ilusión de que existen poderes ocultos en la naturaleza a los que se deben conciliar o conjurar para conseguir un beneficio y la solución de trágicos infortunios. Sin mayores comentarios, recordemos que son tristes males propios de la incultura y la pobreza o de la desesperación, estigmas vergonzantes que la globalización económica, política y cultural no consiguió aún erradicar en ninguna parte del mundo.

4. El científico, recurso del ser conciente. Este último nace en el Siglo de Oro del pensamiento griego con Alcmeón de Crotona, en el sur de la Italia actual. Alcmeón (500 a.C.) es considerado el primer médico científico de la historia universal gracias a sus detallados análisis de funcionamientos biológicos. El otro genio -griego también-, el más grande de todos, Hipócrates de Cos, el padre de la medicina científica, fue un observador sagaz y un moralista esclarecido. A la medicina ellos la hicieron ciencia, alejada del miedo y de la magia. Comprometida con la razón, pasaron entonces sin retorno de la medicina Templaria a la medicina Científica.

Convengamos entonces que, desde un principio, la medicina es una ciencia. ¿Pero qué significa ciencia? Ciencia, del latín scientia, es conocimiento; conocimiento necesariamente coherente de ciertas categorías de hechos, de objetos o fenómenos obtenidos por la observación, el razonamiento o la experimentación prudente, respetuosa y sabiamente inteligente, y apoyada en muy buena parte en el método científico arraigado en ella desde la Edad Media con Roger Bacon en Inglaterra, Renato Descartes en Francia y Galileo Galilei en Italia. Pero el fin del conocimiento debe tener objetivos claros, lógicos y puros. Sin objetivos claros, humanísticos, sociales y éticos, tanto el conocimiento científico como el tecnológico también pueden ser terroríficos, peligrosos y destructivos para la misma humanidad. Basta mencionar a uno solo: la energía atómica descontrolada. Hiroshima y Nagasaki nos lo recuerdan siempre. Cuidado que no suceda lo que alertaba Aldous Huxley: “El progreso tecnológico nos ha proporcionado medios más eficaces para ir hacia atrás”. La medicina es ciencia… y mucho más. Recordemos entonces como lo aconsejaba William Osler: “La medicina es ciencia con conciencia”.

Por otra parte, ¿cómo se sostiene el conocimiento? El conocimiento es reflexión e información constante con el fin de desarrollarlo, mantenerlo e incrementarlo. Información constante como recurso del aprendizaje continuo. Pero, para que exista conocimiento que sea multiplicador, matemáticamente exponencial, es indudable que se necesita información sostenida, renovada y permanente. Conocimiento e información conforman una dupla indisoluble. En cuanto a la información, sostén de la educación médica continua, la enseñanza debe ser profunda, con sentido enciclopédico actualizador, sin ser exclusivamente académica, soslayando los problemas que apremian a la comunidad, ni tampoco interesada en bastardos beneficios. La medicina es responsabilidad social y el médico es un intelectual dedicado al bien de la sociedad. Medicina y Sociedad conforman otra Unidad indisoluble. Decía Séneca, el filósofo: “Si me dieran todos los conocimientos del mundo para mí solo y que no los compartiera con los demás, les respondería de inmediato que no los quiero”.

La transmisión del saber ha sido vehiculizada desde siempre por el lenguaje oral y visual. El necesario contacto humano con el paciente ha sido y es base del arte en la medicina. Sin él, decía William Osler, “…es como conducir un barco en medio de una tormenta sin haberse embarcado jamás”. La presencia del maestro ha sido y es la brújula orientadora que facilita el aprendizaje. Sentenciaba Santo Tomás de Aquino: “Aprendemos de quien amamos”. Y decía mi maestro, el profesor Juan L. Silvestre, ilustre clínico argentino, hace más de medio siglo: “El médico se recibe en la Facultad y se hace al lado de los maestros”.

¿Esto está todavía vigente en su totalidad? Sí. Gnosis, praxis y humanitarismo son los pilares que sostienen la formación del médico. Decía Luis Güemes: “La medicina es una ciencia difícil, un arte delicado, un humilde oficio y una noble misión”… ¿Nada ha cambiado entonces? Sí. Cambios revolucionarios sucedieron en el pasado siglo XX. Cambios profundos que han provocado respuestas necesariamente adaptativas, puramente darwinianas. Cambios éticos, humanísticos y sociológicos por un lado, científicos y tecnológicos por otro.

En los últimos cincuenta años la relación médico-paciente viró ciento ochenta grados. Desde una medicina paternalista, peyorativa por autoritaria y verticalista, ignorante de la autonomía del paciente en las decisiones relacionadas con su propia enfermedad fue cediendo poco a poco terreno a partir de la Declaración Universal de los Derechos Humanos el 10 de diciembre de 1948, por la Asamblea General de las Naciones Unidas, y pasó finalmente hacia una relación transversal de médico a enfermo, respetando veracidad en la información y confidencialidad por parte del médico y consentimiento por parte del paciente o sus responsables legales, de las propuestas en el manejo de sus dolencias.

En cuanto a los cambios científicos y tecnológicos de los últimos cincuenta años, el impacto no ha sido menor. El crecimiento inagotable de conocimientos científicos -que superan con creces a todo lo aportado por la ciencia en los veinticinco siglos anteriores- y al mismo tiempo el avance incesante de nuevos recursos tecnológicos, de utilidad tanto en la esfera diagnóstica como terapéutica de las enfermedades, ha generado otro cambio revolucionario: la necesidad imperiosa de la actualización urgente. Hoy los cambios van tan rápido que la comunicación diaria es imprescindible. Decía ya el Barón Charles de Montesquieu: “La verdad de hoy puede ser mentira mañana”.

La caída del muro de Berlín en 1989, símbolo del fin de la Guerra Fría entre las dos potencias mundiales de ese entonces, profundizó con la velocidad de la luz la ya existente globalización informática. Por lo mismo, la enseñanza universitaria no debería prescindir de la computadora como una herramienta más en la actualización constante del médico.

Sin embargo, recordemos nuevamente, en ciencia médica el mundo siempre, aunque en menor escala al presente, estuvo globalizado. Hoy se hizo más fácil la información y de una rapidez impensada años atrás. La computadora no ha reemplazado al libro, ni al sabio consejo del maestro, ni al contacto con el paciente en el aprendizaje de la medicina. La red informática en volumen, tiempo y espacio parece insuperable. Pero también puede condicionar efectos no deseados o negativos.

El mayor riesgo que vemos actualmente en el comienzo de la posglobalización es no tener en cuenta que la medicina no es sólo información y conocimiento. La medicina es la más humanística de todas las ciencias y profesiones. El médico debe saber escuchar los ecos de los descarnados lamentos bíblicos de Job, “Humanidad clamo a ti y no me escuchas, estoy presente y no me miras”. Recordemos que hay enfermedades terminales pero no enfermos terminales. Curar, aliviar o consolar, como dijera Armand Trousseau a comienzos del siglo XVIII, siempre es un deber indelegable del médico. Principio y fin de su responsabilidad social. No olvidemos jamás, la ética es el prójimo. Respeto por los demás. Así fue, es y será por los siglos de los siglos.

El otro riesgo que observamos es perder el legado socrático, la facultad de pensar, el atributo de razonar. El racionalismo cartesiano. El médico debe ser por naturaleza un intelectual. Decía Arthur Koestler: “Un intelectual es capaz de demostrar lo que cree y de creer lo que se puede demostrar”. Les aconsejaba Miguel Angel a sus discípulos: “Pitturare con il cervello” (“Pintar con el cerebro”). No debemos olvidar que el médico es un pensador, un intelectual dedicado a hacer el bien en cualquier lugar del universo. Así fue desde el nacimiento del Homo sapiens y lo es también ahora. No deberán perderse nunca estos objetivos del saber, a riesgo de deshumanizar la noble misión del médico.

Para concluir, un mensaje para analizar su significado: decía Ortega y Gasset, “Si sabes la verdad no la digas, sitúame de tal manera que lo pueda resolver por mí mismo”.

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