LA CIENCIA PÚBLICA IBEROAMERICANA DEBE PUBLICAR EN NUESTROS PAÍSES
Es imprescindible convocar a una renovada generación de estudiosos que promueva el engrandecimiento de la ciencia nacional y regional, incremente la calidad y cantidad de sus protagonistas, facilite la enseñanza de las mejores prácticas internacionales y recupere la investigación de las prioridades médicas y sanitarias de nuestros pueblos.
Editado en: Salud(i)Ciencia, 15 N° 7, Diciembre, 2007
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7 de Junio, 2021
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LA CIENCIA PÚBLICA IBEROAMERICANA DEBE PUBLICAR EN NUESTROS PAÍSES
La Red de Indicadores de Ciencia y Tecnología (RICYT) considera que “durante el período 1990-2004 se observa que el aporte regional (latinoamericano) a la producción científica internacional tuvo un gran crecimiento. En 1990, América latina producía el 1.6% del total registrado en Science Citation Index (SCI), mientras que en 2004 la participación se elevó al 3.3%, convirtiéndose en el bloque geográfico de mayor crecimiento y duplicando su peso relativo”.1
Para producir los índices que evalúan la repercusión de artículos y revistas, la base de datos SCI mide el factor de impacto de 7 000 revistas científicas seleccionadas entre las 75 000 que se editan en el mundo.
América latina está representada en el SCI por sólo 44 publicaciones (0.45%), que corresponden 17 a Brasil, 8 a México, 7 a Chile, 5 a la Argentina y el resto a los demás países.2
A decir verdad, salvo la documentación editada por las cuatro decenas de revistas locales, el crecimiento de la producción científica regional que enorgullece a la RICYT no constituye un aporte a la producción científica internacional sino a las publicaciones de un reducido grupo de editores que, salvo meritorias excepciones, reflejan las corrientes de acción y pensamiento científico de los países privilegiados del planeta.
Cuando nos detenemos en el origen institucional de los registros aportados por la Argentina a esa ciencia internacional, la casi totalidad pertenece a investigadores patrocinados por el CONICET y las universidades nacionales con predominio de Buenos Aires.
En el presente artículo intentaremos desentrañar las causas que determinan la orientación de quienes investigan en instituciones educativas o científicas cuyos fondos son aportados por la población a través de los organismos recaudadores del Estado.
Los adictos a la historia reciente
En el ocaso del siglo pasado la retracción del Estado fue el objetivo principal de la mayoría de los gobiernos latinoamericanos.
La desregulación impuesta a la economía en nombre de la competencia a que debíamos someter nuestros productos alcanzó a la ciencia regional transformando al grueso de sus protagonistas en apéndices de los gustos del hemisferio norte. Las organizaciones de la América latina científica quedaron marginadas, excepto las pocas que celebraron la mudanza.
La derrota de los creyentes en la tierra propia y sus habitantes, aparejó el olvido de sus próximos en otras épocas también prójimos, según la etimología común de semejantes palabras. La magia de las convocatorias que aseguran fama seducen a miles de profesionales formados en la admiración acrítica de instituciones y ambientes no próximos ni prójimos.
La proximidad convencional fue mágicamente alterada por la globalización y la cibernética, generando las ilusiones aquellas que encaminan hacia la pérdida de pertenencia e identidad en nombre del pragmatismo estadístico, arma característica de quienes reemplazan los intereses nacionales y populares por los números reales.3
En el campo de las publicaciones científicas, quienes integran el delicado grupo de aduladores de lo ajeno se desviven tras las editoriales extranjeras que acepten la publicación de papers cuyas menciones serán imprescindibles en los currículos que los jueces de la ciencia definirían como faltos de valor académico si los pretendientes a becas o cargos públicos carecieran de ellos.
Publicar en revistas extranjeras
Es absurdo suponer que el eco científico, reconocimiento profesional y trascendencia universal se encontrará flirteando con las revistas especializadas extranjeras para ganar el rincón de un escenario cuyo telón se descorre para los espectadores de las primeras filas, generalmente habitantes de la porción rica de Occidente.
Mucho se habla y escribe acerca de la visibilidad que se adquiere al publicar en medios del exterior en comparación con la publicitada invisibilidad de los autores que publican en locales, pero poco o nada se ha dicho de la imbecilidad que implica permitir que los conocimientos e ingenio de nuestros investigadores se sometan a los gustos o tendencias científicas divorciadas de quienes los sustentan.
Los investigadores de la Argentina y América latina existen, aunque se manifiesten esporádicamente en las publicaciones renombradas.
Los temas de interés común, fronteras adentro, justifican el estudio y la difusión de sus resultados. La salud de nuestra población, mayoritariamente afectada por la indigencia o las enfermedades de la incertidumbre, merece medios propios de comunicación que concentren la experiencia dispersa en centenares de instituciones del país e iberoamericanas, desconectadas entre sí.
La confluencia de los funcionarios y científicos respaldando esos objetivos garantizará publicaciones en condiciones de albergar tanto el amplio saber propio como el extranjero que contemple las necesidades regionales. La concentración del conocimiento regional nos hará fuertes y visibles y contribuirá a su difusión local e internacional.
Los intentos por publicar en el exterior generan descreimiento en los medios locales de calidad, dispersión científica de los investigadores y desconcierto educativo de los profesionales. La conducta descrita contribuye al debilitamiento de la inventiva y ocultamiento de las investigaciones al condicionar las publicaciones de sus resultados a la complacencia de editoriales o instituciones habitualmente prejuiciosas con respecto a los orígenes de los trabajos y ajenas a las problemáticas médicas y sanitarias que nos afectan.
Es inaudito que los profesionales argentinos deban leer los trabajos de sus colegas y compatriotas en las pocas revistas anglosajonas que esporádicamente aceptan estudios provenientes del Tercer Mundo.
Llama la atención la pasividad para evitar o contrarrestar tal intención por parte de quienes se desempeñan en áreas educativas de instituciones asistenciales, dirigen asociaciones profesionales, ejercen cargos docentes en universidades públicas o actúan con responsabilidades en organismos del Estado relacionados con la promoción de la ciencia argentina.
El Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) examina a los aspirantes a la Carrera de Investigador Científico (CIC) en la categoría Asistente concediendo los más altos puntajes a quienes obtuvieron “doctorados acreditados o de universidades extranjeras de prestigio”.4 Los nóveles investigadores son alentados así a desvalorizar la casa propia, compuesta por varios de los profesores que paradójicamente también se desestiman a sí mismos por no pertenecer a universidades que se evita mencionar expresamente pero se imaginan fácilmente.
Quienes tienen a su cargo evaluar postulantes a cargos docentes, becas de posgrado y posdoctorales, carreras de investigador, etcétera, garantizan las discriminaciones planteadas en los reglamentos de admisión intentando ejecutar desde los cenáculos de la ciencia nacional una política educativa que atenta contra ella.
Los doctos jueces impondrán la credibilidad en las “universidades extranjeras de prestigio” o de las “revistas extranjeras de prestigio” que editan en “idiomas extranjeros de prestigio” “investigaciones de prestigio extranjero” efectuadas o dirigidas en “centros extranjeros de prestigio” que estudiarán “patologías prestigiosas del extranjero” para generar “productos con prestigio extranjero” en contraposición con lo próximo, desprestigiado por la sola condición de ser nuestro.
Las exigencias con respecto a las ediciones constatables no es menos lamentable. El CONICET exige que los pretendientes a la CIC hayan intervenido en “publicaciones periódicas de la especialidad (artículos en revistas indexadas o con referato, y otros)”.5
Estas revistas acostumbran ser las publicadas en el exterior, incorrectamente consideradas internacionales no sólo porque son producidas en algún país del planeta sino porque además sus distribuciones quedan acotadas a un limitado grupo de lectores, generalmente radicado en la zona de influencia de la revista, geográfica o lingüística.
La condición de indexada no garantiza la repercusión del medio ya que, en tal caso, se deberá tomar en cuenta el alcance de las bases de datos que la clasifican, sus niveles de especialización, idiomas, volumen de información que procesan, criterios de ordenamiento de la documentación, facilidad de acceso, lenguajes de consulta, etcétera. Sin embargo, la vaguedad del requerimiento suele precisarse cuando la atenta mirada del evaluador se posa en las citas de los trabajos publicados mereciéndole respeto incuestionable las publicadas en lengua inglesa.
Las revistas científicas argentinas
Salvo excepciones, las revistas calificadas que se editan en la Argentina o América latina no gozan de los beneficios que poseen las internacionales, las que, además de contar con respaldos oficiales, algunas gozan de reconocimientos privados por ofrecer la puerta de ingreso al éxito de productos sutilmente descritos en sus artículos. Los productos no sólo son los comerciales convencionales sino también los nombres de personas que suelen desvivirse por hallarse mencionados.
Estas apetencias, justificadas por la conducta media que sobrestima la salvación individual, son todavía valorizadas por buena parte de los privilegiados directores de la ciencia local, promotores de lo distante para sentirse cerca, suponiendo que esta proximidad a la lejanía los hará mejores, los distinguirá entre los millones de pares ordinarios incapaces de atravesar los muros que nos separan del Occidente rutilante.
Las revistas científicas integran el grupo de objetos que sufren el inducido menoscabo a la confianza nacional. Será imposible modificar los dictámenes de quienes, desde sus púlpitos académicos custodian la imperturbable quietud de las creencias. Sus imposiciones representan el basamento de la estructura que procura el descrédito de la producción nacional para ufanarse describiendo cualidades científicas, industriales, culturales, económicas, deportivas, políticas, éticas, …, extranjeras.
El criterio para evaluar profesionales se asemeja al practicado para la admisión o no en el selecto grupo Núcleo de Revistas Básicas argentinas, constituido por los medios que aprueban las evaluaciones efectuadas por las comisiones ad hoc del CONICET.
Los especialistas que las conforman, desconocidos por sus evaluados, pueden excluir a una revista científica local, preciada por la comunidad a la que se dirige, por no registrar visiblemente el lugar donde fue impresa, la frecuencia de la publicación o la mención de las citas de los artículos en el cabezal de las páginas. Las consideraciones acerca del contenido son puestas a un lado para centrarse en cuestiones irrelevantes como las apuntadas, sin ofrecer a los editores la guía previa que les permita resolver los insustanciales defectos editoriales, fácilmente corregibles por un diseñador contratado por el 0.5% por ciento del tiempo y dinero que insume la producción intelectual de la revista excluida por el organismo.
La pertenencia al Núcleo implica reconocimientos científicos, acceso a créditos, subvenciones y reconocimientos concedidos por el Estado o instituciones públicas y privadas, del país o el extranjero. Pocas publicaciones gozan del reconocimiento; muchas de las restantes desconocen la existencia del Núcleo, otras no saben cómo postularse o ignoran cómo perfeccionarse o carecen de los recursos materiales y técnicos para transformarse en las revistas modelo propuestas por los editores y bases de datos extranjeras cuyas exigencias se adoptan localmente dejándose de lado las necesidades de una ciencia nacional entremezclada con las necesidades productivas y sanitarias del país.
El origen de los nuevos parámetros editoriales
La normalización de los parámetros de producción editorial es propuesta por las grandes empresas que monopolizan el rubro de las publicaciones científicas.
Las condiciones impuestas a autores y editores conforman la estructura de los artículos que habrán de engarzarse en bases de datos y en las consultas electrónicas particulares o en las provistas a los profesionales por organizaciones prestadoras de salud, generalmente privadas.
La concatenación de pasos desemboca en conclusiones que aligeran o reemplazan las decisiones del profesional. Los tiempos la atención médica deben abreviarse en nombre de costos que desencadenan un vínculo distante y presuroso del médico con sus pacientes.
La acotación de los formatos editoriales a párrafos sin armonía literaria, abarrotados de gráficos y tablas, pretende modelar, controlar y reducir el ejercicio de la medicina a pocos profesionales, semejantes a robots o robocops, en el mejor de los casos encuestadores de pacientes, cargadores de datos a computadoras en red que, a los pocos segundos emitirán fallos clínicos que determinarán rumbos terapéuticos.
Esta literatura científica pierde así de vista al médico lector como objetivo esencial. Los profesionales que habitan en esta publicitada era de comunicaciones extremas y variadas son maltratados con textos que paradójicamente los retrotraen al telegrama tangible o al télex virtual.
La variedad de soportes editoriales pretende ser vaciada en sus posibilidades de ofrecer contenidos didácticos, placenteros para la lectura y el estudio responsable.
Las aspiraciones copiadas
En la Argentina y América latina se editan centenares de publicaciones biomédicas que no logran trascender más allá de los reducidos espacios físicos o humanos de sus laudables impulsores. Medios de asociaciones profesionales, de hospitales, filiales de federaciones, empresas privadas, proyectos personales, etcétera, generan páginas virtuales o impresas que suelen extinguirse a los pocos números de nacer.
Las publicaciones que logran perdurar insumen energías que suelen multiplicarse al paso de las ediciones. Es así como aquellos inquietos profesionales de la salud en vez de mantenerse alertas a los llamados de sus pacientes se alteran ante las convulsiones que les producen imprenteros, papeleros, encuadernadores, fleteros y, en consonancia con la época, analistas de sistemas, programadores, webmasters, webdesigns, y otros oficios semejantes. Antes de la elaboración industrial de su revista, el médico editor atenderá los preceptos recomendados por los manuales del hacer una revista: búsqueda de originales, selección de los aptos, arbitrajes científicos, supervisiones literarias, versiones bilingües castellano-inglés, diseño de la publicación, búsqueda y obtención del dinero para producirla, etc., sin descuidar la carrera por obtener el popular impact factor que los dogmas académicos recomiendan alcanzar para encaminarse por el sendero de la ciencia impoluta. Al fin, la tarea será desgastante, tediosa e imposible de sobrellevar por más números.
El fracaso llamará a la puerta del proyecto aislado; los improvisados escaladores de la montaña de requerimientos se cobijarán en el refugio de la base. Las leoninas normas de publicación científica, administradas en su mayoría por individuos extraños a la producción editorial, pertenecientes al mundo de la burocracia informativa y documentaria, habrán tronchado la intención aislada sin siquiera pretender sumarla a un programa compartido, subvencionado por el organismo oficial que lo comprende.
El final alienta
El Estado productor, promotor de creadores, aglutinante de la sociedad, fue desguazado. Nuestro acotado rubro de la comunicación científica lo sufre. La falla radica en el desmembramiento que caracterizó a los últimos años de la Argentina, migrante, física y mentalmente, hacia latitudes y modelos culturales que anunciaron el oro sin moros, o sea sin los pueblos que lo aprovecharan, y para unos pocos que lo usufructuaran.
Nuestros prójimos se distanciaron y, con ellos, los próximos en tiempo y espacio. La velocidad informativa se asoció con la riqueza; la verdad objetiva se transformó en teleobjetiva primero y compuobjetiva después.
El determinismo tecnomercantil generó una modernidad amnésica e insensible; el ingenio local fue puesto a consideración de los poderes extranjeros.
Cuando la relación tiende a invertirse y la Argentina tiene posibilidades de reflotar, es necesario desentrañar los lineamientos que legalizaron la generalizada bancarrota. Es imprescindible convocar a una renovada generación de estudiosos que promueva el engrandecimiento de la ciencia nacional y regional, incremente la calidad y cantidad de sus protagonistas, facilite la enseñanza de las mejores prácticas internacionales y recupere la investigación de las prioridades médicas y sanitarias de nuestros pueblos, los próximos, esos que nunca dejarán de ser prójimos.
(especial para SIIC Derechos reservados)
Referencias bibliográficas del artículo
1.Red de Indicadores de Ciencia y Tecnología Iberoamericana e Interamericana (RICYT), "El Estado de la Ciencia. Principales Indicadores de Ciencia y Tecnología", Buenos Aires, 2005.
Desde su inicio en 1995 participan en RICYT todos los países de América, junto con España y Portugal. La Red fue constituida por el Programa Iberoamericano de Ciencia y Tecnología para el Desarrollo (CYTED), programa internacional y multilateral en el que intervienen como organismos observadores la Comisión Económica para América latina de Naciones Unidas (CEPAL), la Organización de los Estados Americanos (OEA), la UNESCO y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
2. NSF and Engineering Indicators e ISI Journal Citation Reports, 2004.
3. Paul Virilio, arquitecto, filósofo del urbanismo, primer crítico del cibermundo, recomienda prestar "… atención a Robert Houdin, prestidigitador y creador de androides y de material óptico: "El ilusionismo es un arte empeñado, por completo, en sacar partido a las limitaciones visuales del testigo atacando su capacidad innata de distinguir entre lo real y lo que cree real y verdadero, llevándole así a creer firmemente lo que no existe"." La Bomba Informática. Ediciones Cátedra, Madrid, 1999.
4. CONICET: sobre el ingreso a la carrera del investigador científico, Documento aprobado en sesión del Directorio del CONICET de los días 11 y 12 de enero de 2005. www.conicet.gov.ar/INSTITUCIONAL/sistema_de_evaluacion/documentos/pautas%202005%20enero%20aprobado.doc
5. Idem anterior. Capítulo II. Producción en la investigación y/o desarrollo tecnológico.
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