LOS ARTÍCULOS BIOMÉDICOS SIN CONFLICTO DE INTERÉS QUE CONTRIBUYERON A LA DESTRUCCIÓN DE IRAK
Las preocupaciones de los países dominantes se esparcen arbitrariamente para ganar un lugar privilegiado en la prevención médica, cultural, científica y sanitaria, incluso de nuestros países, los que por cierto deberían mantenerse a distancia de las decisiones políticas y militares de quienes se atribuyen la propiedad del mundo.
Editado en: Salud(i)Ciencia, 15 N° 6, Noviembre, 2007
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7 de Junio, 2021
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LOS ARTÍCULOS BIOMÉDICOS SIN CONFLICTO DE INTERÉS QUE CONTRIBUYERON A LA DESTRUCCIÓN DE IRAK
Las editoriales científicas y buena parte de las entidades que pretenden regular la información promueven la adopción de las normas de Estilo de Vancouver para unificar la manera en que los autores deben presentar sus estudios a las casas editoriales. Las propuestas también comprenden a los editores porque tanto los especialistas que aconsejan para revisar los artículos como sus políticas son cuestiones que les conciernen exclusivamente.
Cuentan los signatarios del Estilo de Vancouver cómo se originó y evolucionó su proyecto de normativas editoriales: “El Comité Internacional de Directores de Revistas Médicas (CIDRM)1 se reunió informalmente en Vancouver, Columbia Británica, Canadá, en 1978 para establecer las directrices que en cuanto a formato debían contemplar los manuscritos enviados a sus revistas. El grupo llegó a ser conocido como Grupo Vancouver. Sus requisitos para manuscritos, que incluían formatos para las referencias bibliográficas desarrollados por la National Library of Medicine (NLM) de EE.UU., se publicaron por vez primera en 1979. El Grupo Vancouver creció y se convirtió en el CIDRM,”2 actualmente bajo la conducción de las revistas biomédicas con mayor influencia en el mundo de la medicina, la mayoría radicadas en EE.UU. e Inglaterra.3
Durante su existencia el CIDRM produjo varias ediciones de los Requisitos Uniformes, incluyéndose sucesivamente diversos temas que superan los dedicados a la elaboración de los manuscritos. En estos momentos, algunos de ellos se encuentran en los Requisitos Uniformes, otros, en declaraciones adicionales.
Salud(i)Ciencia es una de los cientos de revistas científicas que adoptaron los Requisitos Uniformes. SIIC, como los demás editores que adhieren a las normas originadas en Vancouver, se compromete a respetar "los requisitos uniformes para manuscritos enviados a revistas biomédicas". Esta decisión es comunicada en las correspondientes normas que se publican en las Instrucciones a los autores.
Por esta causa consideramos esencial velar por el cumplimiento de sus principios, con independencia del alcance de los temas involucrados y del poder de quienes los promueven.
Los intereses visibles que producen conflictos
Una de las principales cláusulas de los Requisitos define que se habrán de producir “conflictos de intereses en un artículo determinado cuando alguno de los especialistas que participan en el proceso de publicación (autor, revisor o director) desarrollan actividades que pudieran condicionar el enjuiciamiento, tanto se produzca como no. Habitualmente, los conflictos de intereses más importantes consisten en la existencia de relaciones económicas directas con industrias (como empleado, consultoría, propiedad, honorarios, pruebas periciales) o indirecta (a través de familiares directos). Sin embargo, los conflictos de intereses pueden descubrirse en otras razones, tales como relaciones personales, competitividad académica o fanatismo intelectual”.4 En caso de hallarse conflicto de intereses, éste debe ser advertido a los lectores por tratarse de un factor que puede sesgar interesadamente los rumbos y resultados de la investigación.
Los mentores de las guías editoriales de Vancouver, bajo la influencia de factores chauvinistas que activaron irracionales fanatismos intelectuales, soslayaron la mención de conflicto de intereses de centenares de documentos científicos que contribuyeron al inicio de las invasiones militares de Afganistán e Irak.
Estas expresiones científico-políticas se reflejaron en la abundante cantidad de artículos relacionados con los agentes biológicos del terrorismo, la manera de detectarlos y los mecanismos terapéuticos para dominarlos.
Las cuatro revistas clínicas de mayor circulación en el mundo editaron en 2002 el 50% más de artículos sobre bioterrorismo que en los tres años anteriores, contribuyendo de tal manera a la justificación científica de la invasión en nombre del peligro que representaban las armas.
Entre 2001 y 2003 la American Medical Association publicó en su órgano de difusión oficial JAMA (260 000 ejemplares por semana) 64 artículos de bioterrorismo, seguida por 26 de British Medical Journal (BMJ, órgano de la British Medical Association), 26 de The Lancet (inglesa, de fama mundial) y 25 de The New England Journal of Medicine (revista estadounidense, editada por Massachusetts Medical Society).
El primer lugar del lamentable podio fue ocupado por Science, revista biomédica de los EE.UU. que alcanzó a editar en idéntico período casi la misma cantidad de informes que las cuatro anteriores.
Estas publicaciones no sólo acaparan la lectura de centenares de miles de profesionales de la salud del mundo. Al disponer de servicios periodísticos proporcionan información llana a conocidas agencias de noticias que diseminan información por redacciones de diarios, radios, televisoras y páginas de Internet que las reproducirán sin límites en el planeta.
De esta manera, las preocupaciones de los países dominantes se esparcen arbitrariamente para ganar un lugar privilegiado en la prevención médica, cultural, científica y sanitaria, incluso de nuestros países, los que por cierto deberían mantenerse a distancia de las decisiones políticas y militares de quienes se atribuyen la propiedad del mundo.
La necesidad del gobierno y empresas de los EE.UU. y sus aliados de apelar a argumentos que justificaran sus agresiones determinaron que los editores se transformaran en cómplices científicos de la invasión a Irak, el más execrable atentado colectivo cometido contra la humanidad. Irak fue diezmada con el pretexto del peligro que representaban sus inexistentes armas de destrucción masiva, entre ellas las portadoras de ántrax y otros virus que volverían a aniquilar no sólo a cuantas Torres Gemelas se les interpusieran sino a los EE.UU. y a los demás países proclives a participar en sus correrías imperiales.
Avanzada la guerra, la misma revista The Lancet, indiscutible referencia médica, también difusora temprana de artículos bioterroristas, comunicó al mundo científico los datos del estrago causado por los buscadores del temible ántrax.5
La responsabilidad de autores, revisores y editores
“Cuando se remite un manuscrito para su publicación, sea artículo o carta al director, sos autores tienen la responsabilidad de reconocer y declarar la existencia de conflicto de intereses de tipo económico o de otro tipo que pudiera suponer un sesgo del trabajo.”
La desproporcionada cantidad de investigaciones científicas que pretendieron en tan corto plazo corroborar los bajos instintos que animaban a los protagonistas del “eje del mal” requirió presupuestos que encolumnaron cuantiosos recursos materiales y humanos tras causas enarboladas por países a los que habitualmente se considera civilizados. No es de extrañar leer en los artículos afines al bioterrorismo las subvenciones proporcionadas por los departamentos del gobierno estadounidense que se relacionan con la defensa y la guerra.
Tanto patrocinadores como autores estaban comprometidos con una decisión política y militar cuya ejecución se facilitaría por la venia científica.
Estos conflictos de interés que los autores soslayan están claramente expuestos en las posiciones políticas transmitidas en la mayoría de las párrafos introductorios a sus trabajos. En este caso, el fanatismo intelectual al que aluden los Requisitos de Vancouver fue desconocido por los autores y editores de las revistas de las ciencias médicas con mayor circulación del mundo.
Las revistas pasaron por alto que “los artículos y las cartas publicadas deben incluir la descripción de todas las ayudas económicas recibidas e informar de cualquier conflicto de intereses que, a juicio de los directores, deban conocer los lectores”.
Los revisores externos también quedaban involucrados porque “han de informar a los directores de la existencia de cualquier conflicto de intereses que pudiera sesgar sus opiniones sobre el manuscrito y renunciar a la evaluación de determinados artículos si lo consideran apropiado”.
Para respaldar nuestra reflexión desempolvamos un párrafo más de Vancouver:
“La confianza pública en el proceso de revisión por expertos y la credibilidad de los artículos publicados en una revista en gran medida dependen de cómo se resuelvan los conflictos de intereses de autores, revisores y la toma de decisión editorial. Los sesgos, con frecuencia, se detectan y se eliminan mediante la cuidadosa atención a los métodos y conclusiones científicas del trabajo. Los lazos económicos y sus efectos se detectan con menor facilidad que otros tipos de conflictos de intereses. Los participantes en la revisión y publicación deben declarar sus posibles conflictos de intereses y esta información ha de ser conocida para que otros puedan juzgar por sí mismos sus efectos.”
Las palabras huelgan porque la matanza se produjo. Las revistas que colaboraron aun no emitieron una declaración individual o conjunta que explicitara el error cometido en nombre de un falso patriotismo, agresivo, abusivo e intemperante, que escudado en la defensa apeló a todos los medios a su alcance para justificar acciones que argumentaban perseguir.
(especial para SIIC Derechos reservados)
Referencias bibliográficas del artículo
1. www.icmje.org.
2. www.fisterra.com/recursos_web/mbe/vancouver.asp. Actualización 2003, Sociedad Española de Cardiología.
4.campus.carmelitas.edu.pe/courses/CCC007/document/vancouver_mayo2000.pdf?cidReq=CCC007.
5.www.thelancet.com/webfiles/images/journals/lancet/s0140673606694919.pdf.
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