Autor del comentario
Paulina Astegiano
Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba, Argentina
En el trabajo se desarrolla el conocimiento que tenemos sobre la relación entre la inmunidad y la nutrición así como de la alta prevalencia del déficit nutricional que tienen muchos ancianos. Estudios en diversos países confirman que un gran porcentaje de la población anciana ingiere menos del 75% de la cantidad de nutrientes recomendados por la OMS, presentan algún déficit nutricional y que esto aumenta en los pacientes internados y con bajos recursos.
Una alimentación inapropiada a edades avanzadas induce cambios en la composición corporal y en las funciones fisiológicas, lo que favorece la aparición de malnutrición y de determinadas enfermedades.
Los cambios del sistema inmunitario generados por la senectud, tales como la involución tímica, la disminución de los linfocitos T maduros y de la
respuesta de anticuerpos a ciertos agresores y la disminución de la respuesta de la sensibilidad retardada repercuten sobre el organismo. Es una desregulación del sistema inmunitario que se manifiesta en una menor capacidad de respuesta inmunológica.
Ahora bien, ¿debemos considerar la inmunosenescencia como una deficiencia propiamente, a corregir? ¿Mejoraríamos las tasas de incidencia de cáncer o enfermedades infecciosas de la tercera edad?
Todo nos hace suponer que sí. Hay indicios firmes para pensar que ciertos suplementos nutricionales, de oligoelementos y vitaminas pueden mejorar la situación inmunológica de los ancianos sanos y de aquellos aparentemente sanos pero que tienen ciertas deficiencias nutricionales subclínicas.
El papel de las vitaminas E y A, al igual que el cinc, como sustancias inmunomoduladoras y antioxidantes se encuentra en amplia investigación al día de hoy pero con información aún insuficiente como para considerar eficaz el aporte complementario.
A esta situación inmunitaria inherente a la edad se la debe entender también como una situación fisiológica, ante lo cual deberíamos ser prudentes con el aporte excesivo de nutrientes que podrían llevar a depósito de grasas innecesarias y perjudiciales o a una toxicidad generada por la hipervitaminosis.
Ante un adulto mayor que pueda presentar déficit nutricional, deberíamos insistir en un estilo de vida saludable, que incluya una alimentación variada y suficientemente adaptada a los problemas propios de esta etapa. No se debe olvidar tampoco la valoración nutricional adecuada ante situaciones que lo expongan a malnutrirse.
No resulta simple obtener estudios que analicen las cantidades apropiadas de cada nutriente específico por separado, ni podemos extrapolar los buenos resultados clínicos del aporte complementario nutricional en situaciones patológicas del anciano (por ej., fracturas de cadera).
Necesitamos más estudios para determinar con cuál inmunonutriente y a qué dosis suprafisiológicas se podría mejorar la inmunosenescencia y qué herramientas utilizar para identificar los grupos de ancianos que se beneficiarían realmente con este aporte complementario.
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