Podemos referirnos a humanismo, ética y hombre. En éste, nuestro devenir humano, que arrastra consigo la especie más compleja y conflictiva que puebla nuestro castigado planeta, los hombres ejercemos con matices el don de racionales que nos distingue y “eleva” en una escala donde la diferencia no obligadamente dignifica.
Desde sus orígenes hasta nuestros días, los hombres se han sacudido mucho de su ferocidad primitiva y han recorrido los intrincados caminos hacia el conocimiento, que busca ser cada vez más amplio, profundo y universal, constituyendo así la cultura y la ciencia. Estas dos conquistas no son opuestas ni menos excluyentes, más bien deben hermanarse, y se completan armoniosamente cuando el hombre reúne talento y sensibilidad.
“científico” sino que debe completarla con la “cultura humanística”. De ella dependerán sus valores éticos, su capacidad de comprensión y su espíritu de cooperación social.
Debemos revitalizar en cada uno de nosotros el espíritu que inspiró a los humanistas del Renacimiento, que se dieron cuenta que el interés mayor del hombre es el de asomarse sobre el mismo hombre para conocerlo y comprenderlo. El médico no es un mecánico que deba arreglar un organismo enfermo, es un hombre que asoma a otro hombre.
El humanismo proyectado en la ciencia invita al hombre a huir del aislamiento egoísta que lo encierra en su especialidad, en la ciencia que se aleja de las otras ciencias y se divorcia de la cultura.
Pienso en el humanismo como una forma de ética universal y urgente, que al proclamar que todo conocimiento humano está subordinado a la naturaleza y las necesidades humanas, revaloriza el principio de Protágoras que dice: “El Hombre es la medida de todas las cosas”.
A partir de este concepto surge el tema que nos ocupa: ¿qué clase de hombre, de qué talla y esplendor, conformará esa medida? ¿Queremos un hombre traspasado por la esencia del humanismo, culto y humanista, en la medida y el sentido de haber humanizado los conocimientos adquiridos, más allá de haber adquirido cultura? ¿O queremos aquel que opta por el humanismo como un lujo o un refinamiento de estudiosos, que tiene tiempo para gastarlo en frivolidades disfrazadas de satisfacciones espirituales? Debemos buscar el hombre cuya filosofía del humanismo le permita comprender lo humano, sus aspiraciones y miserias, lo que es bello y lo que es justo, fijando normas que lo lleven a igualar con la vida el pensamiento. Los que llevan con orgullo y honor el grado de maestros, profesores, docentes o instructores tienen la posibilidad y la gran responsabilidad de ser guías para alcanzar el fin descrito. Se vive una realidad en la que actuamos convencidos de que ya no es el tiempo de caminar a la deriva, improvisando soluciones con hombres no suficientemente preparados. La historia ha hecho crisis en nuestro tiempo. Las doctrinas que se imparten deben ser sometidas al yunque y al martillo de la crítica y la transformación. Tomar conciencia que no somos omnipotentes ni imprescindibles, la perspectiva en la que los valores se vean más claramente; y algo aún más importante, vivenciar la importancia del mundo de la emociones, pues sin tomar en cuenta los afectos y lo espiritual, lo científico aislado pierde gran parte de su valor. La enseñanza, en el amplio espectro de su contenido y significación, la nobleza intrínseca de la difusión del conocimiento y la formación de profesionales corre el riesgo de caer en la rutina de generar el dogmatismo. Esta es “la tarea”, la de ayudar a la creación, en el ámbito que nos rodea, de un nuevo objetivo, y generar, a través de un convencimiento colectivo, el cambio interior que sobre la riqueza material y el esplendor económico persiga las más nobles conquistas del espíritu. Que las primeras, siendo necesarias, no sean sino el basamento donde se levante el destino superior del hombre, un hombre respetuoso de sí, de las obras de su inteligencia, pero también enamorado de la emoción de la belleza, la bondad, la justicia y la solidaridad entre los mismos hombres. ¿Será esto una utopía? ¿O sólo una meta distante? Las distancias deben ser acortadas por los mismos hombres que actúan sobre sus congéneres desde las instituciones educativas, la familia, la iglesia, etc., que en vez de producir hombres duros, de inteligencia aislada, deben lanzar a la vida científicos que sean hombres de alta cultura, de esa que constituya una escala de valores que no permite jugarle trampas a la vida, confundiendo lo que es el bien y lo que es el mal. Decía Nietzsche: “La superación de la moral, y en cierto sentido la autosuperación, acaso sea el nombre para designar a esa prolongada y secreta labor, que ha quedado reservada para los más sutiles y honestos, aplicándolo también a las más maliciosas conciencias de hoy, por ser éstas, piedras vivientes de toque del alma”. Adaptar el hombre a esta situación es lo que proponemos, sin olvidarnos de todas aquellas definiciones que tratan de englobarlo; transcribimos una de ellas que dice: “Hombre; animal complejo, mendaz, artificioso e impenetrable, inquietante para el resto del universo por su astucia e inteligencia, inventor de la buena conciencia para disfrutar de su alma, su moral entera es una esforzada y prolongada falsificación, en virtud de la cual se hace posible gozar del espectáculo de su alma.”
Transgredir estas situaciones nos llevan a una reflexión final: la transgresión siempre se paga, pero de uno mismo van naciendo fuerzas para no renunciar a ser quien se desea ser. Porque ese es el trabajo, el ineludible, alegre y terrible, dulce y paciente placer de dibujarse un destino.”
Copyright © SIIC, 2017