El principal aporte de este estudio radica en que la ingesta de hierro, a través de la dieta, no está forzosamente asociada a los depósitos del mismo en sangre, ya que la mayoría de las mujeres que mostraron depósitos normales (un alto porcentaje) no alcanzaron la recomendación diaria de hierro, según sus registros. Dicho hallazgo da pauta a la implementación de nuevos estudios para explorar las posibles razones y su asociación con el estado nutricional del hierro. Sin embargo, queda un vacío importante de información respecto a la composición de la alimentación, ya que entre los resultados se muestra que las mujeres que presentaron una dieta adecuada reportaron de manera significativa un mayor consumo de hierro y una cifra mayor dehematocritoen sangre. Es
aquí donde se hace un cuestionamiento importante: ¿Qué tipo de dieta reporta este grupo de mujeres? El estudio no aborda de manera profunda el tipo de alimentos y su frecuencia de consumo, lo cual deja muchas interrogantes en el aire, descartando así la posibilidad de evaluar aspectos de la dieta que pudieran estar contribuyendo a un mejor estado nutricional del hierro y el tipo de alimentos que estén relacionados con su biodisponibilidad (alto o bajo valor biológico) así como otros componentes que pudieran alterar su absorción (el mismo artículo hace hincapié en los fitatos, los polifenoles y la deficiencia en el consumo de vitamina C). Estos pudieran ser datos valiosos para complementar el estudio y poder asociar el tipo alimentación con el estado nutricional del hierro y no únicamente asociarlo a la ingesta reportada.
En lo que respectaa la encuesta de tendencia de consumo cuantificada (ETCC) se sugiere integrar el grupo de productos ultra-procesados de acuerdo al Sistema NOVA de la Organización Mundial de la Salud y la Organización Panamericana de Salud, el cual clasifica los alimentos según su naturaleza y el grado de procesamiento. Los productos ultra procesados son formulaciones industriales elaboradas a partir de sustancias derivadas de los alimentos o sintetizadas de otras fuentes orgánicas. La mayoría de estos productos contienen pocos alimentos enteros o ninguno, de ahí la importancia de analizar su consumo ya que se ha visto que el ingerirlos de manera recurrente, su elevada densidad energética desplaza a la nutrimental, perdiendo la oportunidad de ingerir micronutrimentos importantes, en este caso, el hierro. Un ejemplo claro son la carnes procesadas (embutidos), las cuales generalmente son elaboradas a partir de subproductos de la producción de carne (sangre, hígado, grasa, vísceras y en el peor de los casos, almidón) a los que se les añaden nitritos, nitratos, dioxinas, hidrocarburos aromáticos, colorantes y saborizantes. Estos componentes más el uso de “carne falsa” (almidón en salchichas para dar textura, por ejemplo) disminuyen la calidad nutricional de la dieta y la oportunidad de ingerir las cantidades recomendadas de hierro. Esto pudiera ser a manera de recomendación general para futuros estudios.
Por otro lado, el estudio pone de manifiesto que una buena proporción de mujeres en edad fértil no cumple con las recomendaciones de consumo de hierro aun cuando tienen ventajas como una escolaridad alta, un nivel socioeconómico elevado y eventualmente acceso a una alimentación adecuada así como a buenas condiciones de higiene y servicios de salud. Hecho que ocurre de manera contraria en mujeres en situación de pobreza o precariedad, en donde hay malnutrición, falta de higiene, presencia constate de infecciones y pocos servicios de salud de primer y segundo nivel. Esto quiere decir que tanto el estado de nutrición en general como el comportamiento alimentario son variables que definitivamente se asociarán al contexto socioeconómico y a las condiciones de vida. Por lo tanto, sería bueno cuestionarse por qué un grupo de mujeres con preparación escolar a nivel universitario tiene deficiencias nutricionales, hecho que podría estar asociado a la falta de educación nutricional, falta de tiempo para comer sanamente, estrés, fatiga y otros problemas típicos de zonas urbanas y estratos socioeconómicos elevados.
Así mismo, se considera que faltaron evaluar otros factores asociados al estado de nutrición del hierro, como la composición corporal (principalmente la cantidad tejido adiposo), la actividad física, el consumo de alcohol o tabaco, la presencia de enfermedades asociadas a la menstruación abundante (endometriosis, adenomiosis o síndrome de ovario poliquístico), el uso de anticonceptivos y la presencia de alguna patología gastrointestinal. La muestra fue muy pequeña como para poder establecer diferencias significativas entre dichas variables. Quizá haría falta diseñar un estudio con una muestra más grande, que también aborde estas variables para poder explicar por qué aun con una dieta suficiente en hierro, se tienen bajos depósitos de este micronutrimento en sangre (como fue el caso de algunas mujeres).
Como comentario final, faltó citar estudios similares para comparar los resultados e intentar determinar por qué no hay una asociación directamente proporcional entre la ingesta de hierro y sus depósitos en sangre. Estudios como éste dan pauta a la exploración de nuevas variables que pudieran estar relacionadas al estado de nutrición del hierro en mujeres en edad reproductiva, ya que una ingesta adecuada parece no ser un indicador determinante.