RECUPERAR LA HISTORIA. EL CONCEPTO DE POBREZA ASOCIADO A GRATUIDAD EN LA CONFORMACIÓN DE LAS PRIMERAS ACCIONES DE PROTECCIÓN DE LA SALUD EN ARGENTINA
Nery Orlando Fures1 y Yamila Comes2
1, Universidad Nacional de Lanús, Lanús, Argentina
2, Universidad Nacional de Lanús, Lanús, Argentina
Lanús, Argentina (SIIC)
Se presenta la perspectiva histórica de la asociación entre pobreza y gratuidad en salud, en el marco del ideario de una época en la que el concepto de atención no arancelada estaba ligado únicamente a un criterio de pobreza extrema.
Los primeros modelos de protección de la salud en Argentina configuran un estereotipo de pobreza asociada a la carencia material y moral y lógicamente conectada con el concepto de gratuidad. Aún habiendo pasado una etapa peronista donde el concepto de gratuidad -o mejor expresado como no arancelamiento – quedaría ligado a la garantía de un derecho, coexisten las ideas en gran parte de la población sobre la gratuidad justificada únicamente por la inclusión en la categoría de pobreza, borrando de esta manera, los derechos sociales adquiridos… recuperemos la historia…
Durante la época colonial, eran los cabildos los que se ocupaban de la salud de los pobres. En cada ciudad había una manzana reservada para construir un hospital donde fueran “atendidos los pobres enfermos” según mandaban las Leyes de Indias; éstos se fueron construyendo desde el siglo XVI. Los enfermos con recursos eran asistidos en sus casas.
En el Virreinato del Río de la Plata, las ideas de la ilustración moderna se introdujeron rápidamente en los inicios del siglo XIX. De esta manera, se expresaron y pusieron en práctica concepciones de Estado que entraban en abierta contradicción con el modelo monárquico existente.
La pobreza, en este nuevo escenario, adquiere una connotación moral y rápidamente se configuran mecanismos de control y “educación” de los individuos con recursos escasos. El pobre es definido como víctima de "vicios” e ignorancia, motivo por el cual se organizan instituciones para reordenar y controlar la cotidianeidad de este estrato social. El Presidente Rivadavia fue quien propulsó la creación de la sociedad de beneficencia, en el año 1823, dedicada fundamentalmente a obras de caridad. Desde esta organización, la filantropía absorbería las labores de caridad desde una perspectiva laica de origen racional (Facciuto A; 2005 ).
En el año de su creación, la organización encomienda a las damas de beneficencia porteñas “construir los cimientos sobre los que debe erigirse la moral pública”, haciéndose cargo de las instituciones de salud y beneficencia, entre ellas asilos y hospitales que se encontraban en las manos de organizaciones religiosas. Si bien se decían laicos, el proceso respetó en gran medida la influencia del pensamiento religioso que atravesaba la tradición institucional de dichas organizaciones. Se observa claramente como, la relación entre salud y control social se hacía muy estrecha.
La Sociedad de Beneficencia Argentina crea entre otros, el hogar de expósitos, también llamado Casa Cuna, actualmente convertido en hospital general pediátrico “Dr. Pedro de Elizalde” en la ciudad de Buenos Aires, el Hospital de mujeres (primera maternidad gratuita hoy denominado Hospital Rivadavia en la Ciudad de Buenos Aires) y el Hospital de Alienadas (hoy denominado Dr. Braulio Moyano también en la Ciudad de Buenos Aires). Todo niño que salía del hogar de expósitos, llevaba el apellido homónimo, estigma que nunca en la vida se podría quitar de encima.
El culto a la limosna, los legados, la concepción del encierro al huérfano, pobre o desamparado, la exaltación de la pobreza “solemne” y “bien llevada” son valores que impregnaron a la sociedad Argentina de la época, y moldearían formas de vincularse entre la población de bajos recursos y los servicios de salud. Esta sociedad delineó todas las políticas asistenciales para “pobres y desvalidos” hasta el Gobierno de Perón. (Perrone, N y Teixidó, L; 2007)
Esta modalidad vincular entre excluidos y Estado fue duramente criticada por la corriente denominada higienista, desarrollada en el siglo XIX. Las críticas principales se orientaban a su accionar, considerándolo puramente paliativo, que si bien se diferenciaba del de la iglesia desde el discurso, sostenía prácticas idénticas a las ensayadas por las instituciones religiosas. (Facciuto A; 2005). La corriente filantrópica higienista consideraba la necesidad de acercarse a la familia de recursos escasos por medio de una labor educativa, con el fin de incentivar el conocimiento y aplicación de medidas preventivas y desestimar viejas prácticas curanderas (Facciuto A; 2005). En el trabajo concreto los higienistas no lograron la intervención temprana y preventiva, sino que más bien se trabajó, puertas adentro, sobre la enfermedad ya instalada (Facciuto A; 2005).
Aproximadamente en 1880 llegan a Argentina los progresos desarrollados en Europa. El doctor Guillermo Rawson, (Gran Higienista Argentino) creó la Cátedra de Higiene de la Facultad de Medicina de Buenos Aires (1872). Hizo un estudio epidemiológico de los “conventillos” de la ciudad (equivalentes a las posteriores “villas de emergencia”). Sus grandes discípulos iniciaron programas especiales de salud: contra las enfermedades infecciosas (Dr. José Penna), contra la tuberculosis (Dr. Emilio Coni, que también promovió obras de saneamiento ambiental), se duplicó el número de camas hospitalarias y se fundaron colonias para crónicos (Dr. Domingo Cabred). Comenzaron a fundarse los primeros sanatorios privados ya que los hospitales estaban dedicados a los enfermos pobres y los pudientes ya no podían ser atendidos en sus casas por los progresos de la medicina.
Esta fue una etapa de un gran desarrollo de instituciones dedicadas al control de los enfermos, locos y delincuentes y coincide con las clásicas ideas liberales sobre la libertad y el culto a la propiedad privada.
El financiamiento de la atención corría por cuenta de las organizaciones de beneficencia que recibían subsidios, algunos del gobierno y otros fondos privados. En estos servicios la atención era gratuita sólo para los pobres “de solemnidad”, y eran considerados tales los enfermos que carecieran de todo recurso mientras que se calificaba simplemente como pobres a aquellos que aun aptos para el trabajo poseían algún recurso propio o recibían auxilio de sus familias, de sociedades o de particulares.
La condición de pobre debía ser certificada por el comisario o el presidente de la Comisión Auxiliar de Higiene parroquial. En las instituciones de la beneficencia y en los hospitales de colectividades había una clasificación de acuerdo a sus capacidades de pago. Los profesionales derivaban sus pacientes privados a comodidades diferenciales en esos mismos hospitales y podían cobrar sus honorarios.
Se puede observar en estas líneas, el ideario de una época y el concepto de atención no arancelada ligado únicamente a un criterio de pobreza extrema.