DEBATEN LA INVESTIGACIÓN EN BIOMEDICINA EN AMÉRICA LATINA
Emilio Roldán
Departamento de Investigaciones Músculo-Esqueléticas, Instituto de Neurobiología (IDNEU), Buenos Aires, Argentina
Buenos Aires, Argentina (SIIC)
La investigación biomédica latinoamericana está hoy en la encrucijada de seguir siendo una formalidad, un gasto, o bien puede pasar a ser un factor utilitario concreto, una inversión.
América latina es un subcontinente en desarrollo habitado por 600 millones de personas. Se dice que los países en desarrollo no pueden darse el lujo de no investigar. Congruentemente, se proclama el aumento de fondos para investigación y la participación en planes de cooperación internacional de investigación. Se señala que debe evitarse la emigración de nuestros profesionales formados.1,2 Se asocia la investigación con la innovación y con la competitividad de un país,3 con la calidad de vida de sus habitantes y con el futuro de los pueblos. Sin embargo éstas y otras afirmaciones similares suenan huecas si no se busca un acuerdo social que tome en cuenta los destinos tangibles de la investigación científica en la región.
La producción latinoamericana actual es bastante pobre en su conjunto y en el impacto concreto de sus resultados, sin quitar mérito a los prestigiosos esfuerzos individuales de varios de nuestros investigadores. Si Latinoamérica súbitamente se desvaneciera del planeta, muy pocas cosas le cambiarían al resto del mundo en términos tecnológicos. Aumentar la producción, inversión y recursos en ciencia, sin modificar el impacto social sólo aumentaría la pobreza de sus resultados. La extrapolación de las estadísticas resulta engañosa, ya que no es la cantidad de investigadores o el porcentaje del PBI que se destina a investigación aquello que modificaría el futuro de los países sino el modo que se manejan las investigaciones, que además están financiadas con el esfuerzo social o privado de todos los ciudadanos.
Y precisamente son los ciudadanos, o bien las organizaciones civiles, los grandes ausentes en los debates latinoamericanos sobre política de inversiones en ciencia. Los europeos conocen muy bien este aspecto y ya en la conferencia de Lisboa, en el año 2000, los miembros del Parlamento Europeo decían: “Los ciudadanos de Europa ya no están dispuestos a que la ciencia sea sólo el fruto de una discusión entre científicos y políticos…”,3 y la ciencia que se hace con los impuestos de las personas debe atender las necesidades de las personas. Comentarios hechos en un contexto que planificaba hacer de Europa la comunidad con la economía más dinámica en el mundo. Ciertamente es envidiable la posición europea frente a “nuestra cultura” latinoamericana que todavía no imagina la intervención de las asociaciones civiles en los planes de investigación y desarrollo de la región.
La investigación biomédica no escapa a este panorama. A juzgar por los resultados, la región parece destinar los recursos disponibles a formar emigrantes, cooperar con las necesidades de los países desarrollados, repetir estudios poco relevantes, trabajar con planes de corto plazo, en estudios no integrados ni destinados a satisfacer las necesidades de la comunidad. Sólo así se explica, por ejemplo, que la inversión en la investigación de la enfermedad de Chagas, acumulada año tras año, y en el conjunto de los principales países latinoamericanos, haya superado largamente las inversiones promedio hechas para tratar otras enfermedades, y todavía no se hayan concretado terapéuticas efectivas.
Globalmente se incorpora tecnología en la medida que ésta se distribuye comercialmente desde los polos desarrollados, las que para algunas condiciones provocan una notable sobreoferta, y otras permanecen relegadas sólo porque no son del interés de los polos de desarrollo. Para la OPS, Latinoamérica es la región más inequitativa del mundo en materia de salud, y nosotros somos principales esponsables de ello.
En la mentalidad de muchos de nuestros investigadores existe desde el vamos la obsesión por la emigración y la cooperación en “cualquier cosa” internacional. Obtener el doctorado para luego aspirar a una beca en el exterior parece ser el objetivo de muchos investigadores jóvenes. Más preocupados por congeniar con el mundo desarrollado, en sus tesis doctorales difícilmente se encuentre un punto de conexión con la realidad latinoamericana.
Los investigadores avanzados presentan pedidos de subsidios acotados a necesidades académicas y que parecen tender a aliviar situaciones salariales, repetidas año tras año, sin fondear en resultados tangibles para el resto de la sociedad. Se dice que para las universidades latinoamericanas resulta costoso mantener patentes de invención, lo que muestra claramente que los proyectos están desconectados del circuito utilitario en nuestra sociedad.
No hay patente más costosa de mantener que aquella que nunca se transforma en un bien industrial. El investigador biomédico de Latinoamérica vive rodeado de carencias en materia de comunicación, transporte, insumos, energía, aparatología, edilicias, y de políticas educativas y sanitarias, porque sus pares tecnocientíficos de esas respectivas especialidades también están desconectados del ambiente latinoamericano.
A diferencia de los europeos, en América latina no tenemos un contexto comunitario de trabajo y entonces muchos de los esfuerzos en ciencia y tecnología terminan en situaciones cosméticas.
Aquí se citan cuestionamientos aislados, porque la lista de necesidades insatisfechas y de incongruencias en investigación supera el objetivo de este artículo.
Un punto de partida para revertir el panorama actual es incluir a las asociaciones civiles en los aspectos relacionados con la investigación biomédica. La propuesta no tiene nada de original porque ya funciona así en Europa, donde esas organizaciones cuentan con “asientos” en los organismos de Salud, en los departamentos de regulación sanitaria, los de tecnología médica, y en los programas oficiales de distribución de recursos destinados a la investigación y asistencia. El solo hecho de insertar un actor no ligado a las urgencias políticas ni a los intereses académicos fructifica la investigación biomédica y dirige los esfuerzos hacia caminos concretos de solución. Las ventajas en términos de transparencia, búsqueda de objetivos, comunicación social, explotación de los resultados y aprovechamiento de los beneficios resultan obvias.
El entendimiento entre el investigador biomédico y las agrupaciones civiles debe ser mutuamente fomentado. El investigador desea ser reconocido, pero se encierra entre sus pares y escribe en idiomas en los que el 90% de la población latinoamericana es analfabeta. Además tiene el prejuicio de que la ciencia es entendible sólo por especialistas, y puede que las tecnologías sí lo sean, pero los resultados, o la falta de ellos, se sienten e interpretan por todo el mundo. En una cultura donde el médico no acostumbra explicarle a su paciente la naturaleza de su enfermedad ni la estrategia de su terapéutica porque piensa que con su saber basta, difícilmente se tolere que también se opine sobre cuáles, cuántas y qué prioridades tendrán las propuestas de investigación aceptables. Este es el nudo gordiano a desatar.
Sin embargo, la acción de las asociaciones civiles no depende de la voluntad de los científicos ni del mundo político. Es un derecho que se despliega naturalmente y que debe ser ayudado en el beneficio de todos. Trabajando en conjunto los investigadores biomédicos pasarán a cumplir un papel social mucho más determinante para el bienestar de su gente. Incluso un investigador biomédico puede ser también un asesor de una organización civil en otro tipo de ciencia o actividad social y así contribuir a solucionar las deficiencias propias de su medio ambiente que laboralmente lo afectan, como cuestiones educativas, de comunicación, financieras, administrativas, etc. El Estado, por su parte, debe hacer esfuerzos por sostener a las asociaciones civiles, en gran parte, para que puedan funcionar sin las presiones de los donantes, ni las intermitencias de la cooperación solidaria. Es importante que los Estados le otorguen prioridad al accionar de las asociaciones civiles en aquellos aspectos que no pueden resolver en lo inmediato, por no tenerlos incluidos entre las urgencias políticas en materia sanitaria, como son las enfermedades que hoy no tienen medios diagnósticos o tratamientos. De ese modo se le dará contención a la población relegada en atención sanitaria.
La investigación biomédica latinoamericana está hoy en la encrucijada de seguir siendo una formalidad, un gasto, o bien puede pasar a ser un factor utilitario concreto, una inversión. Adoptar el camino conveniente depende mucho de que los denominados “cerebros” de la sociedad y quienes representan al “poder” entiendan, se acerquen y trabajen junto con sus conciudadanos.
Y si estas modalidades de interacción se extienden a las demás ciencias puede que empecemos a contestarnos las preguntas sobre “cómo y cuándo llegarán el progreso y el bienestar a Latinoamérica”.