Los pacientes oncológicos, en general, constituyen una población de riesgo de infección en relación con la terapia inmunosupresora asociada con la quimioterapia que se indica en ciertos tumores. En estos enfermos, se deben extremar las medidas para prevenir y evitar infecciones.
Estudios previos durante la pandemia de enfermedad por coronavirus 2019 (COVID-19 por su sigla en inglés) revelaron riesgo aumentado de contagio entre los enfermos oncológicos, de manera independiente del tipo de tumor y la presentación clínica más grave. España ha sido un país con número elevado de casos de COVID, de modo que el abordaje de los pacientes oncológicos mereció interés particular.
La pandemia de infección por coronavirus 2 del síndrome respiratorio agudo grave (Severe Acute Respiratory Syndrome [SARS]-CoV-2) ha generado una crisis sanitaria grave y global y ha motivado cambios importantes en el tratamiento habitual de enfermedades graves y con incidencia alta, como el cáncer de mama, el tumor más frecuente en mujeres y la principal causa de muerte por cáncer en pacientes de sexo femenino.
En el contexto de la pandemia por SARS-CoV-2, dos aspectos relacionados con el tratamiento convencional del cáncer de mama merecen atención especial. En primer lugar, la crisis sanitaria colocó al sistema de salud en una situación de emergencia por la cantidad elevada de enfermos que requirieron asistencia en unidades de cuidados intensivos (UCI) y asistencia ventilatoria mecánica, con la necesidad de redistribuir total o parcialmente la disponibilidad de respiradores desde las áreas de cirugía a las UCI. Además, una gran mayoría de profesionales especializados en anestesia fueron requeridos para el cuidado de los pacientes con COVID-19, de modo que las cirugías se interrumpieron casi por completo.
En segundo lugar, las medidas de prevención del contagio y el confinamiento imposibilitaron la atención presencial de pacientes en el ámbito hospitalario durante muchas semanas. El modelo de asistencia tradicional se vio reemplazado por el de asistencia remota, con influencias indudables sobre el diagnóstico de nuevos casos de cáncer y el seguimiento de los pacientes con diagnóstico previo de cáncer.
En términos del diagnóstico, los cambios señalados afectaron sobre todo al rastreo del cáncer de mama. Se destaca que en el área de salud del hospital en el que asisten los autores (área metropolitana norte de Barcelona) se dejaron de hacer alrededor de 28.000 mamografías, con un retraso estimado en el diagnóstico precoz del cáncer de mama en alrededor de 89 pacientes. En cambio, no se produjeron cambios importantes en la realización de estudios adicionales por imágenes en pacientes sintomáticas o con lesiones sugestivas de cáncer de mama. En términos de la cirugía del cáncer de mama, los factores que más han dificultado el tratamiento óptimo han sido la baja disponibilidad de sesiones quirúrgicas, y la limitación para la reconstrucción inmediata. En general se optó por el tratamiento quirúrgico mínimo eficaz en mama y axila, sin cambios en las indicaciones.
En pacientes sometidas a mastectomía se ofreció la posibilidad de reparación inmediata con prótesis o expansores, pero se desalentó la reconstrucción inmediata con tejido autólogo, la técnica DIEP o con dorsal ancho, por el tiempo requerido de quirófano y por la no disponibilidad de camas en UCI. La asistencia de las pacientes se priorizó según los criterios oncológicos.
En relación con el tratamiento médico, se revisaron las recomendaciones de la Sociedad Española de Oncología Médica y de la Sociedad Española de Senología y Patología Mamaria. Por ejemplo, en las pacientes con tumores con expresión de HER2 se consideró la administración de un quinto ciclo de trastuzumab o pertuzumab o paclitaxel semanal; sin embargo, debido a la neurotoxicidad de paclitaxel, la dosis de este agente se redujo o sólo se administró trastuzumab, pertuzumab o terapia hormonal, en las enfermas con tumores con expresión de receptores hormonales.
En enfermas con tumores sin expresión de HER2 ni de receptores hormonales (triples negativos) se consideró la administración de un quinto ciclo de doxorrubicina/ciclofosfamida o de doxorrubicina liposomal y ciclofosfamida. En las pacientes con tumores luminales de mama se consideró el tratamiento con un quinto ciclo de doxorrubicina con ciclofosfamida, respecto de paclitaxel semanal. En las enfermas con este tipo de tumores se recomendó prolongar la terapia hormonal neoadyuvante hasta la cirugía.
En las enfermas que debían ser sometidas a cirugía inicial con tiempo de demora estimado de 8 semanas o más siempre se consideró la terapia neoadyuvante en tumores con expresión de HER2 y en los tumores triples negativos. En las pacientes no aptas para la terapia neoadyuvante por el estado de fragilidad se consideró el uso exclusivo de taxanos. En las pacientes con tumores luminales pasibles de tratamiento hormonal se indicó hormonoterapia hasta que se pudiera realizar cirugía.
En las enfermas con indicación de tratamiento adyuvante con radioterapia, los esquemas de tratamiento por lo general no debieron ser modificados. En la medida de lo posible se intentó aplicar radioterapia local en el momento de la cirugía, en las pacientes con tumores de bajo riesgo, para reducir la necesidad de visitas posteriores al hospital.
En conclusión, durante la pandemia de COVID-19 se debieron implementar estrategias y prioridades de tratamiento, con la finalidad de brindar la atención óptima en cada caso. Los resultados, sin duda, serán de gran ayuda en el futuro, en el caso de que se produzcan situaciones similares a la asociada con la emergencia sanitaria por COVID-19.
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