Introducción
Los pacientes con enfermedad por coronavirus 2019 (COVID-19 por su sigla en inglés) tienen riesgo aumentado de mortalidad; sin embargo, diversos estudios mostraron una reducción del número de diagnósticos hospitalarios de enfermedad cardiovascular y de procedimientos relacionados durante la pandemia de COVID-19. En un estudio reciente de Inglaterra se refirió que si bien el número de enfermos con eventos agudos cardiovasculares se redujo, se registró un exceso del 8% en la cantidad de decesos por enfermedad cardiovascular entre marzo y junio de 2020 (durante la pandemia de COVID-19), en comparación con los 6 años previos.
Alrededor de la mitad de esos decesos ocurrió fuera del hospital; las causas más comunes fueron el accidente cerebrovascular (ACV, 35.6%), los síndromes coronarios agudos (24.5%), la insuficiencia cardíaca (23.4%), el embolismo pulmonar (9.3%) y el paro cardíaco (4.6%). La mayoría de los decesos no se relacionó con infección por coronavirus 2 del síndrome respiratorio agudo grave (Severe Acute Respiratory Syndrome [SARS]-CoV-2), de modo que podrían atribuirse a retrasos en la atención médica o a casos no diagnosticados de COVID-19. Estas observaciones deben motivar un alerta para la totalidad de la población; las personas deben ser alentadas a realizar consultas ante la presencia de síntomas sugestivos de enfermedades graves, a pesar de la pandemia. En este escenario, el riesgo de ACV fatal y de infarto agudo de miocardio (IAM) fatal es superior al riesgo de COVID-19, y los centros de atención están preparados para atender a los enfermos con estos trastornos, en sectores totalmente independientes de aquellos destinados a la atención de pacientes con COVID-19.
En un estudio de cohorte de 12 años de Corea del Sur con 419 pacientes con endocarditis infecciosa, la mortalidad global hospitalaria fue del 14.6%; los factores de riesgo de mortalidad fueron la infección de la válvula aórtica, la infección por Staphylococcus aureus, las complicaciones neurológicas, el fallo multiorgánico y el número elevado de comorbilidades. Las intervenciones quirúrgicas, en cambio, se asociaron con un riesgo considerablemente más bajo de mortalidad intrahospitalaria (OR: 0.25; p < 0.001), y con mejor evolución clínica a largo plazo. El diagnóstico precoz y el tratamiento oportuno son esenciales para mejorar el pronóstico de los pacientes con endocarditis infecciosa.
En un estudio, alrededor del 20% de los pacientes en hemodiálisis con diagnóstico presuntivo de enfermedad coronaria presentó miocardiovasculopatía por depósito de triglicéridos (MVDT). Luego de una mediana de 4.7 años, el criterio primario de valoración, integrado por la mortalidad por causas cardiovasculares, el IAM no fatal y el ACV no fatal, ocurrió en el 52.3% de los pacientes con MVDT confirmada, en comparación con 27.3% de los pacientes con MVDT probable y 9.1% de los pacientes sin MVDT. El principal trastorno en esta enfermedad es la lipólisis intracelular defectuosa, asociada con acumulación excesiva de triglicéridos en el miocardio y en las células de músculo liso de las arterias coronarias; el resultado final es la insuficiencia cardíaca y la enfermedad coronaria con pronóstico adverso. La MVDT obedece a anormalidades en el metabolismo de los ácidos grasos de cadena larga o al depósito de triglicéridos en el miocardio, en combinación con criterios clínicos mayores y menores.
Otras enfermedades cardiovasculares que merecen atención especial incluyen las cardiopatías congénitas en adultos, asociadas con compromiso neurocognitivo y psicosocial, y la fibrosis auricular y la fibrilación auricular, por su vinculación con el ACV; en este contexto se han propuesto nuevos modelos para la prevención de eventos clínicos desfavorables. Se proponen nuevos paradigmas en los cuales se incorporan simulaciones para indicar tratamientos personalizados para cada paciente.
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