Salud al margen
Pacientes Célebres
El caudillo autonomista, ídolo de gauchos, orilleros y compadres, fue nexo entre dos épocas

Adolfo Alsina, cayó abatido por su enfermedad renal

ĞAdolfo Alsinağ

 
La lucha contra el indio se aproximaba a su culminación, cuando Adolfo Alsina, moría en Buenos Aires en 1877. Volvía de un viaje a la "frontera", emprendido para revisar los progresos en la construcción de la Zanja, ya definitivamente asociada con su nombre. La Zanja de Alsina se proponía frenar al malón y consolidar una frontera segura. Eran años en que esa rústica sociedad de hacendados criollos y gauchos matreros de la Provincia de Buenos Aires estaba ingresando a un nuevo orden social.

La creciente vinculación con la demanda europea de sus productos imponía una acelerada transformación de la pampa bárbara y en particular la expansión de sus límites a expensas de la pampa de las tolderías. El Estado argentino, a su vez, requería afirmar su soberanía sobre esos extensos territorios bajo control de los jefes indígenas, con creciente frecuencia en connivencia con terratenientes y comerciantes chilenos, que compraban el ganado arreado en los malones, al mismo tiempo que ambicionaban la posesión de esas tierras.
Adolfo Alsina murió víctima, según todos los testimonios, de una insuficiencia renal, agravada por la travesía que hiciera a la frontera en condiciones inclementes.

La enfermedad renal
Las crónicas coinciden en la descripción del caudillo: era alto, de anchas espaldas, robusto y bien plantado, de abundante melena precozmente canosa y barba en candado. Nariz prominente y cejas caídas, una singular palidez y cierto brillo de los ojos delataban, a un ojo clínico perspicaz, al enfermo renal.
Su dolencia no era nueva. Ya en 1865 había viajado a Europa en busca de tratamiento y en Buenos Aires lo asistían dos relevantes médicos y profesores porteños: Mauricio González Catán y Manuel Aráuz. En su documentada obra, "La medicina en la campaña del desierto", Antonio Alberto Guerrino traza un cuadro clínico del enfermo. A partir de una presunta glomerunefritis, de incierta antiguedad, se desarrrolla una más o menos típica sintomatología. En palabras del autor citado: " Fiebre intensa, cefaleas, etapas alternantes de lucidez y obnubilación y trastornos gástricos conformaban un cuadro de uremia, probable causa de su muerte. Es lícito pensar que la hipertensión pudo haber dañado la estructura de aquel hombre sometido a continuos impactos emocionales en las jugadas del ajedrez político que absorbió sus vivencias."
Alfredo Ebelot, el autor de La Pampa, cuenta los últimos días de Alsina :
" Desde su lecho de muerte dictó las órdenes relativas a la expedición contra Namuncurá. Presa ya de los primeros anuncios de la agonía, reclamaba ansiosamente noticias. La enfermedad lo venció en ese momento decisivo en que, maduro y apaciguado por el éxito, un jefe de partido se convierte en jefe de Estado." ¿ Pero quien había sido Adolfo Alsina y cuales las razones de la profunda huella que dejó en su tiempo?
Caudillo romántico, tribuno de la plebe, héroe del desierto, fueron algunos de los títulos con que lo invistieron sus amigos políticos. Nació en Buenos Aires en 1829 y era hijo de Valentín Alsina uno de los jefes más intransigentes del unitarismo porteño y como tal, feroz adversario del régimen de Rosas. Siendo un niño de seis años, la familia marcha a Montevideo para unirse a la emigración argentina que allí se radicaba. Transcurrían los días del Sitio de la ciudad, cercada por el General Manuel Oribe al frente de fuerzas militares afines al partido federal porteño. Los sitiados eran a su vez abastecidos y sostenidos, con hombres y recursos, por la flota anglofrancesa estacionada en el Río de la Plata. Los emigrados argentinos se sentían parte de una lucha entre la "civilización europea" y la "barbarie americana". Montevideo fue llamada por aquellos días :"La Nueva troya".
Después de la batalla de Caseros y la caída de Rosas, los Alsina retornan a Buenos Aires. Adolfo se vuelca a la actividad política en las filas de los pandilleros, uno de los dos partidos en que se dividen los triunfadores de la víspera, y al que se enfrentan los chupandinos o federales reformistas opuestos a la separación de Buenos Aires propiciada por Bartolomé Mitre. Durante la presidencia de este último, un nuevo reordenamiento político da orígen a los cocidos o mitristas y a los crudos o autonomistas, encabezados estos últimos por la ascendente figura de Adolfo Alsina.
Tribuno temible para sus adversarios, enardecía a la multitud con su aire de compadrón y su encendido discurso. En los debates sobre la federalización de Buenos Aires, Octavio R. Amadeo, en Vidas Argentinas, retrata al orador: " De frases largas y soldadescas, de respiración profunda y coraje retenido, allí estaba entero el tribuno de la plebe, con su gran ademán; la barba y la melena sacudidas por la tempestad que venía de la barra, de aquella barra bravísima recién llegada de los combates. Su voz huracanada y sentenciosa, infautada de convicción insolente, arrojaba como piedras sus apóstrofes de doctor y de soldado. Se sentía el silencio angustioso de sus amigos, los porteños irreconciliables que escuchaban con la mano en el cinto, la arenga de su paladín, dispuestos a matar."
Con ese tono nace el partido autonomista porteño, pero pronto tendrá lugar un singular giro político. Nuevos y viejos actores reacomodaban sus papeles en un escenario cambiado. En 1866 Alsina es electo gobernador de la Provincia de Buenos Aires y en un episodio marginal pero altamente expresivo del entramado social que lo acompaña, condecora en una ceremonia oficial al legendario gaucho Juan Moreira con una daga con empuñadura de plata.
Alsina comienza a perfilarse como figura de dimensiones nacionales. Lo que no impide que con su monumental estatura, este empedernido soltero, que según Amadeo " atraveserá sin contaminarse el sarampión romántico de su tiempo" , frecuente por las noches los piringundines de los barrios alejados de la ciudad, donde su presencia se hacía notar por su largo sombrero y el hálito de agua de colonia que dejaba a su paso

Un político clave
Hacia 1873, es vicepresidente de Sarmiento y líder de un partido autonomista en que encuentran cauce de expresión el gauchaje bonaerense y grandes núcleos y personalidades del proscripto rosismo. En ese mismo año empieza a circular por la campaña bonaerense el Martín Fierro, canto épico del gauchaje condenado al exterminio o al sometimiento, cuyo autor, José Hernández, no casualmente será alsinista. La alianza con el tucumano Nicolás Avellaneda sienta las bases del partido autonomista nacional (PAN) que dominará la vida política argentina ( con Pellegrini, y en particular con Roca) en lo que resta del siglo, impidiendo la hegemonía porteña de la facción mitrista detestada por las provincias.
La candidatura autonomista para los comicios presidenciales del 74 pudo ser la de Alsina, pero su condición de porteño pesó en su contra, y el candidato, finalmente consagrado fue Nicolás Avellaneda. Adolfo Alsina será su ministro de Guerra y Marina. En carácter de tal le tocará enfrentar en 1875, un gran levantamiento de las tribus del desierto, federadas y conducidas por el cacique Namuncurá, hijo y sucesor del célebre Calfucurá. Los indios revelaron, en la ocasión, su capacidad para realizar ataques de envergadura. Alsina responde al año siguiente con una exitosa ofensiva ganando una considerable franja de territorio. Había una nueva frontera y para consolidarla manda construir una línea de fortines comunicados por telégrafo y ordena excavar una zanja o trinchera gigante para impedir el arreo del ganado robado. Las dimensiones de la disputa pueden medirse teniendo en cuenta que las tribus sublevadas llegaron, en ese año de 1876, hasta Tandil provocando 400 muertes y llevando 500 cautivos y 300.000 animales. En la Guerra del malón del comandante Prado - un clásico poco recordado de la literatura argentina equiparable a la mejor novela de aventuras - se describen magistralmente los combates librados, en desigualdad de condiciones pero con igual derroche de coraje, tanto por los indios como por los milicos criollos.
La Zanja de Alsina cuya construcción dirige el ingeniero Alfredo Ebelot, debía tener 2 metros de profundidad , 3 de ancho y un parapeto de 1 metro de alto por 4,5 de ancho. A mediados de 1877 se habían cavado 374 km2 de zanja y se recuperaron 56.000 km2. Pero el país estaba cambiando aceleradamente cuando Adolfo Alsina cae doblegado por su padecimiento renal. Ya está en camino para reemplazarlo, el general Julio A. Roca que con otra estrategia - ocupar el territorio - irá en pos del desierto y también del poder.

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