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La cosa iba muy bien hasta cuando a alguien se le ocurriá hablar de la otorrinolaringología. Eramos cinco en torno a la mesa. Un estudiante de medicina, otro estudiante de derecho, otro aficionado a la música, un empleado público y un periodista. Se había hablado de muchas cosas intrascendentes, hasta cuando todos los temas comenzaron a fallar y el estudiante de medicina, recordando tal vez la palabra oída en la clase de esa mañana, se lamentá de tener un dolor en la garganta que le afectaba los oídos. Y después, echándonos a las espaldas la ignorancia y la vergüenza, empezamos a hablar, con la sangre más fría del mundo, de los otorrinolaringálogos.
El primero en opinar fue el empleado público. A su modo de ver, dijo, el otorrinolaringálogo era un mártir de la ciencia, puesto que debía moverse en los medios más difíciles. El estudiante de medicina estuvo de acuerdo. En realidad, segúnle parecía a él, en ningún campo como en el de la otorrinolaringología tropezaba la ciencia con tantos problemas imprevistos, con tantas variaciones de una misma dolencia.
Tímidamente, el estudiante de derecho tratá de hacer un chiste.
Dijo: «Esto es verdad. Sobre todo, teniendo que llevar a cuestas la palabra, que no sálo es la más difícil de pronunciar en castellano, sino que es la más larga, la más complicada y la que por lo general se presta a más equívocos». El estudiante de medicina, también en esta ocasián, estuvo de acuerdo. Y advirtiá que él, al escoger una especialidad, se decidiría por todas menos por esa.
El aficionado a la música, que había permanecido en silencio, dijo con la mayor desenvoltura: «Y, además, la clientela del otorrinolaringálogo es muy escasa. Más aun, es una especie de evolucián retrasada, a punto de desaparecer.» Hasta el momento todos habían hablado menos el periodista que, en ese caso, era yo. En distintas ocasiones había visto la plaqueta en la puerta de una Oficina: «Otorrinolaringología». Pero no había tenido la precaucián de averiguar el significado de la palabra. Tímidamente, viendo que todos hablaban con la mayor propiedad de los otorrinolaringálogos, avergonzado de ser el menos informado acerca de una actividad que tenía tanto que ver sobre tantas cosas disímiles, me atreví a preguntar: ¿Bueno, pero al fin y al cabo, qué es la otorrinolaringología? |
Orestes Gaulhiac, «Billar», óleo sobre tela, 1998.
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