Donde se sigue con la historia de un bautismo y se habla de algunas cosas que sin querer se le pasaron por alto a don Rodrigo de Cerbantes. Es capítulo notable
PLIEGO DOS En habiendo así nacido del testículo derecho de don Rodrigo y del útero derecho de doña Leonor, hubo de cumplirse a la perfección con el industrioso plan concebido -que no encuentro hallar otra palabra que le haga mayor favor- por mi padre: nací varón. Pero algo no anduvo del todo bien.
Ese algo que se le pasó tuvo que ver, a mi criterio, con el frío de aquella mañana otoñal del año de mil y quinientos y cuarenta y siete y el invierno anterior en que se produjo el complicado acto de mi generación. Invierno frío y húmedo si los hubo.
Y es que el hombre, aunque nos parece de la compostura que vemos, no difiere de la mujer, según dice Galeno, más que en tener los miembros genitales fuera del cuerpo. Porque si hacemos anatomía de cualquier doncella, hallaremos que tiene dentro de sí dos testículos, dos vasos seminarios, y el útero con la misma compostura que el miembro viril sin faltarle ninguna delineación.
Y de tal manera es esto verdad, que si acabando naturaleza de fabricar un hombre perfecto, le quisiese convertir en mujer, no tendría otro trabajo más que tornarle adentro los instrumentos de la generación; y, si hecha mujer, quisiese volverla varón, con arrojarle el útero y los testículos fuera, no habría más que hacer. Esto muchas veces le ha acontecido a naturaleza, así estando la criatura en el cuerpo como fuera; de lo cual están llenas las historias, sino que algunos han pensado que era fabulosoviendo que los poetas lo traían entre manos.
Pero realmente pasa así: que muchas veces ha hecho naturaleza una hembra, y lo ha sido uno y dos meses en el vientre de su madre; y sobreviniéndoles a los miembros genitales copia de calor por alguna ocasión, salir afuera y quedar hecho varón. A quien esta transmutación le aconteciere en el vientre de su madre, se conoce después claramente en ciertos movimientos que tiene, incomunes al sexo viril: mujeriles, mariposos, y la voz blanda y melosa; son los tales inclinados a hacer obras de mujeres como cocinar, bordar, etc.
Por lo contrario, muchas veces tiene naturaleza hecho un varón, con sus miembros genitales afuera; y sobreviniendo frialdad, se los vuelve adentro; y queda hecha hembra. Conócese después de nacida en que tiene el aire de varón, así en la habla como en todos sus movimientos y obras.
Esto parece que es dificultoso probarlo; pero, considerando lo que muchos historiadores auténticos afirman, es muy fácil de creer. Y que se hayan vuelto mujeres en hombres después de nacidas, ya no se espanta el vulgo en oírlo; porque fuera de lo que cuentan por verdad muchos antiguos, es cosa que ha acontecido en España muy pocos años ha. Y lo que muestra la experiencia no admite disputas ni argumentos.
Pues qué sea la causa y razón de engendrarse los miembros õ7É3 ègenitales dentro o fuera, o salir hembra y no varón, es cosa muy clara sabiendo que el calor dilata y ensancha todas las cosas, y el frío las detiene y encoge.
El frío que detiene las cosas y las encoge fue la idea que a modo de punto de partida me inició en el amor a la filosofía natural, al legado de mi padre, a su herencia, aunque también influyó en mí alguna duda que se me hizo carne y que me obligó a convertirme en mi proprio experimento.
A pronta edad me vi realizando ciertos movimientos algo mujeriles, algún ademán mariposo, aunque mi voz sin llegar a ser gruesa y varonil tampoco se podría decir o afirmar que fuese melosa y blanda. Reconozco que me gustaba la cocina y de vez en vez hacer algún bordado o tejido, pero también tenía la certeza de encontrar a las mujeres bellísimas y apetecibles.
Yo era una suerte de dualidad, lo confieso, con gustos diversos y a veces hasta encontrados. Pero no podía vivir con el desconocimiento de las razones de esa dualidad; me prometí a mí mismo investigar, para arribar a alguna conclusión que me aclarara mis proprios mecanismos.
Puedo asegurar que a pesar de los recaudos y avisos que guardó mi padre, la naturaleza le jugó una mala pasada; lo que si hubiese sido un hombre normal cualquiera no habría sido más que necedad, en un filósofo natural de su cuantía, no significa otra cosa que un error gigantesco. Al momento de engendrarme, en el invierno de entre el mil y quinientos y cuarenta y seis y el mil y quinientos y cuarenta y siete, se abatió sobre la villa de Alcalá de Henares una de las tormentas de nieve más importantes del siglo diez y seis, por lo que deduzco que algún aire frío inevitablemente debió infiltrarse por entre las piernas de doña Leonor y llegar hasta elmismísimo útero derecho donde se encontraba celosamente guardado el seminario de don Rodrigo, mientras se desarrollaba aquel movimiento en que se ubicaba de costado, agachaba la cabeza y levantaba los pies. Además de algún frío y humedad en aquel otoño gélido y malo en que me dio a luz y que pude haber tenido también algo de parte en la conformación del experimento, es decir yo.
Renuncio a pensar en que fui engendrado mujer y luego transmutado.
En primer lugar porque creo que queda sobradamente demostrado que don Rodrigo, mi padre, había tomado todos los recaudos necesarios y aún más para que yo naciese varón. En segundo lugar, porque tengo la prueba fehaciente de mi proprio conocimiento sobre mí mismo y que me permite asegurar que he amado y disfrutado mujeres, aunque también haya habido en mi vida un varón.
Y ésa es toda la verdad.
Mi verdad.
Por lo tanto, puedo asegurar, con la firmeza de mis saberes en ciencias, que no hubo tal transmutación en el vientre de mi madre; sí, en cambio, algo de un frío y de una humedad contraproducente que molestó en parte la calculada sémina de mi padre.
Pero ya se va haciendo hora de terminar con este nacimiento harto complicado y hasta premeditado desde tanto antes, y huir hacia adelante en mis recuerdos. |