Mario Pacho O’Donnell, autor de El maldito de nuestra historia oficial, es médico psicoanalista y diplomático. Fue secretario de Cultura de la Nación, legislador y periodista. En los últimos años se volcó a la producción de obras de índole histórica que tuvieron singular éxito. Además de Juan Manuel de Rosas, es autor de Juana Azurduy, la Teniente Coronela, Monteagudo, la pasión revolucionaria, El grito sagrado, El águila guerrera, entre otras. En todas ellas procura, desechar los dogmas de cierta historiografía académica para incorporar otras visiones críticas de nuestra historia habitualmente censuradas pero indispensables a la hora de una reconstrucción veraz del pasado nacional.
"El Mejor Remedio"
"Mi querido compañero, Señor Don Juan Facundo Quiroga (...). Un griego que tiene fonda en San Isidro, muy hombre de bien me ha referido que siendo él joven cuando Napoleón fue al Egipto, su padre fue salvado con este remedio.
"Tomó una porción de ajos, los peló y colocó sobre un pedazo de lienzo de camisa de hilo usada; enseguida pulverizó aquellos ajos con polvos de mercurio dulce en una dosis como de dos narigadas de rapé, y doblando el lienzo lo cosió en forma de bolsa o saco cerrado por todos lados.
"Después tomó una olla de dos orejas en que cabrían como cinco o seis botellas de agua y colocó en ella la bolsa pendiente por unos hilos de las dos orejas de modo que estando dentro de la olla se mantuviese el aire como en una maroma.
"Acto continuo echó agua fría en la olla, pero cosa que la bolsa no tocase el agua; la tapó con un plato y engrudó por las orillas para que quedase herméticamente cerrada la olla; puso un peso sobre el plato para que no se moviese, y colocó la olla así tapada y cerrada en fuego de carbón fuerte en donde la tuvo hirviendo como hora y media, cuidando mucho de reponer y pegar el engrudo donde se desprendía para que no saliere ningún vapor de la olla.
"Después de esta operación separó la olla del fuego y cuando había aflojado el calor la destapó, sacó la bolsa, y cerrada y caliente cuanto podía sufrirse en las manos, la exprimió sobre una fuente haciéndole echar una especie de acite que acomodó después en un frasco o botella. Con la brosa de los ajos exprimidos le frotó los miembros enfermos para aprovechar el jugo o aceite que tenían, dejando en ellos las brosas que se quedaban pegadas; y las envolvió después con unos lienzos usados.
"Concluida la primera cura lo despidió entregándole el frasco del exprimido aceite para que se diese con él a mano caliente dos frotaciones al día, una al acostarse a la noche y otra al levantarse por la mañana, y le previno que cuanto se acabase volviese por más. Observó exactamente la instrucción y a los tres días ya movía los miembros que se le habían adormecido del todo, a los nueve días caminó por sus pies sin muleta, y sanó del todo hasta el presente, sin necesidad de repetir la confección del medicamento (...)".
La carta está fechada el 25 de febrero. El asesinato de Barranca Yaco impidió que su destinatario se anoticiara del remedio para sus torturantes hemorroides que le recomendaba Rosas. |