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El gobierno argentino había decidido encarar con energía la supresión de las más serias afecciones endémicas. Así, se emprendió la lucha contra la anquilostomiasis en el nordeste (Chaco, Formosa, Corrientes y Misiones) mediante la instalación de retretes higiénicos, que imposibilitaran la contaminación por nematodos. En las regiones andinas (provincias de Jujuy, Catamarca, La Rioja, Tucumán, Salta, San Juan y Mendoza, territorios nacionales del Neuquén y Río Negro y parte de las provincias de Santiago del Estero y San Luis), la distribución de comprimidos yodados (veinte millones de dosis en 1949) permitió dar por erradicado el bocio endémico. Y en el noroeste se realizó una campaña antipalúdica de dos años, que permitió pasar de los 23.000 enfermos agudos que había en el país en abril de 1938 a los apenas 500 registrados en mayo de 1949.
LA LUCHA CONTRA EL BOCIO
«Casi todas las poblaciones situadas en la precordillera argentina», informa el Atlas, «padecían los efectos de una enfermedad de cuidado y rebelde a las improvisadas tentativas hechas para vencerla.» Esa enfermedad era el bocio endémico, eficazmente combatido y erradicado entre 1946 y 1955. En todo caso, los efectos de la afección en sí se veían agravados por la falta de políticas sanitarias racionales. «En el país de la carne», había dicho Perón muy al principio de su mandato, «en el país del pan, en el país que tiene 300 días de sol al año, en el país en que tenemos de todo, el término medio de la vida está de 10 a 20 años por debajo de los pueblos de Europa y los Estados Unidos.» La desaprensión gubernamental había contribuido a agudizar el problema sanitario, y solamente una ingente asignación de recursos y un gigantesco esfuerzo común lograrían poner fin a ese estado de cosas.
READAPTACION DEL TRABAJADOR
En febrero de 1947 inició sus tareas el Instituto de Medicina Tecnológica, una entidad dependiente del ministerio de Salud Pública que tenía como cometido la readaptación de personas que hubieran sufrido amputaciones totales o parciales, y realizaba también, en industrias, establecimientos de campo y comercios, las inspecciones necesarias para prevenir la posibilidad de accidentes y el riesgo de las llamadas enfermedades profesionales.
El Instituto regenteaba asimismo el Hospital Tecnológico, «cuya más destacada actividad», dice el texto, «la constituye el volver a sus ocupaciones habituales a hombres y mujeres que creían haber perdido para siempre sus medios de vida». Estas medidas reflejaban el afán por paliar el horror de las tradicionalmente penosas condiciones de trabajo del obrero argentino, crudamente reflejadas ya en 1906, en el trabajo que se conoció como Informe Bialet Massé, por haber sido elaborado por el destacado médico y sanitarista español Juan Bialet Massé. Con razón se pregunta entonces el Atlas: «¿Un obrero que se accidente debe ser considerado como una "cosa" inservible?». En aquellos momentos la sociedad argentina empezaba a considerar, por fortuna, que la mera formulación de ese interrogante era inaceptable...
ENRIQUE SANTOS DECHA |