Tiradentes, precursor de la independencia del Brasil

UN DENTISTA ITINERANTE Y REVOLUCIONARIO EN MINAS GERAIS, EN 1789

   
   

De Tiradentes, por León Tenenbaum. Eudeba, Buenos Aires: 1965. Los subtítulos han sido agregados por la redacción de Salud(i)Ciencia. En la segunda mitad del siglo XVIII, la ciudad de Ouro Préto fue cuna de un movimiento liberal y republicano, la Conjuración Mineira. A la cabeza de esa rebelión contra la corona portuguesa, las circunstancias colocaron a un hombre apasionado, agitador ferviente y defensor de los derechos del pueblo: Joaquim José da Silva Xavier (1746-1792), apodado Tiradentes, o «Sacamuelas». El intento fracasó, y Tiradentes fue ajusticiado. Sólo en 1822, con el Grito de Ypiranga que llevó a la proclamación del Imperio del Brasil, y sobre todo en 1889, al establecerse la República que aboliría la esclavitud, las ideas progresistas y humanitarias de aquellos visionarios quedaron consagradas.

Simultáneamente con su actividad comercial ambulatoria había venido ejerciendo Joaquim José sus conocimientos en el arte dental, que le valieron, según la irrefrenable costumbre brasileña de apodar, el definitivo sobrenombre de Tiradentes. Y ésta, su propagada habilidad como dentista, ¿de dónde le provenía? ¿Dónde aprendió esa profesión, que entonces no pasaba para muchos de ser un oficio manual, y a la que se dio con tanto entusiasmo y cariño que jamás llegó a separarse -ni en los momentos más trágicos de su vida- del pequeño estuche con instrumentos dentales que lo acompañaba en todos sus viajes y que fue secuestrado por las autoridades junto con su escaso equipaje, al ser apresado en mayo de 1789?

Una corta digresión ayudará quizás a resolver este interrogante, brindando al par inesperados aportes que pueden concurrir a aclarar la formación espiritual y, en especial, la posición política asumida por Joaquim José da Silva Xavier. Ya desde tiempos lejanos y entre las civilizaciones primitivas, el arte dental está vinculado a la orfebrería, especialmente en lo que toca a la reposición de piezas dentarias perdidas, es decir, lo que hoy se denomina «prótesis dental». Pruebas de ello han sido encontradas en tumbas del antiguo Egipto. Más evidentes y demostrativas son por la variedad, calidad y cantidad hallada las muestras provenientes de Etruria, cuyo pueblo se caracterizó precisamente por su extraordinaria habilidad en la manipulación del oro. Esta vinculación entre la odontología y el arte del orfebre persiste a través de los siglos, y se la ve no sólo a lo largo de toda la Edad Media, sino también en la Edad Moderna; aun en el pasado siglo XIX no era extraña la presencia de algún dentista en el taller de un joyero, a quien solicitara la soldadura de una pieza de oro. Por este camino se habrían acercado al joven Joaquim José los no raros dentistas ambulantes de la época.

Existen pruebas evidentes -son declaraciones juradas en juicio- de que Tiradentes no sólo sacaba dientes sino que también los colocaba, «adornando las bocas con mucho arte». El ejercicio de esta disciplina manual, la prótesis, lo ubica como profesional de la incipiente odontología, muy por encima de los prácticos populares, simples sacamuelas, como fueron muchos barberos y aun algunos herreros.

ODONTOLOGOS ERRABUNDOS

Abundaban, y ambulaban, por esos tiempos en América los dentistas viajeros -franceses e ingleses casi todos-, que pasaban a estas tierras desplazándose de ciudad en ciudad. Eran individuos con algo de aventureros, entre los que no faltaron los charlatanes ni estuvieron ausentes los pillos, pero cuyos mejores exponentes tenían modales afinados por el mucho andar y un acervo cultural que sorprendía. Su misma idiosincrasia y forma de vida los hacía rebeldes y liberales. A veces un casamiento oportuno los afincaba definitivamente en un lugar; otras, las más, al cabo de un año o dos, o meses tan solo, reanudaban su marcha. Así, se ha conocido el nombre de algunos de ellos, que actuaron y fueron conocidos sucesivamente en Río de Janeiro, Montevideo y Buenos Aires. El mismo fenómeno se observa en la América Central y del Norte. Muchos de ellos, por no decir todos, fueron consciente o inconscientemente vehículos de ideas revolucionarias en cierne, como que encarnaban el espíritu de rebeldía. Su sola presencia, extraña en el medio en que se instalaban y algo exótica [...] hacía que se buscara el contacto y la frecuentación de estos hombres, en general amenos y de fácil conversación. Y así, en la tertulia familiar o en la privada sesión dental, iban difundiendo sin saberlo un ideal nuevo, sembrando ideas, despertando ambiciones e inquietudes similares a las de los pueblos de aquellas latitudes de donde provenían, y que los oyentes identificaban rápidamente con las propias.

El entusiasmo y la emoción se hacían desbordantes cuando alguien en sus narraciones se refería al más candente de todos los hechos: la independencia de los Estados Unidos. A veces, cuando estos dentistas peregrinos -vinculados muchos de ellos a logias- dejaban un lugar, su equipaje se iba mermado en uno o varios libros de los que siempre los acompañaban. Ahí quedaban como semillas. La buena tierra americana y su hombre -ya era el tiempo- las harían germinar.

Estos fueron los maestros de Tiradentes, a no dudarlo. Quizá no haya sido extraña a decidir su inclinación odontológica la real cédula del 30 de julio de 1766, que mandó cerrar y destruir todos los talleres de platería y orfebrería existentes en Minas Gerais.

Si entre las múltiples actividades y empresas a las que lo llevaron su espíritu inquieto y las circunstancias o necesidades de la vida hay alguna a la que permaneció constantemente fiel, y por la que demostró un entrañable cariño, esa fue su profesión de dentista. La ejerció siempre y en toda oportunidad y lugar. Su ingenio y su gran habilidad manual lo llevarían a ser el experto que reconocían los habitantes de una vasta región de Minas Gerais, y no pocos de Río de Janeiro. Del desinterés y altruismo con que prestaba sus servicios -especialmente en la campaña- auxiliando a las gentes en una especialidad tan vinculada con el dolor, hay múltiples pruebas en las declaraciones de los testigos indagados en el sumario.

Pero si Joaquim José fue fiel y consecuente con la práctica del arte dental, muy escasos fueron los beneficios materiales que se le derivaron del ejercicio de su modesta profesión. No obstante, hubo algo con que el tiempo lo enriqueció: la cariñosa simpatía con que se le veía llegar, y la gratitud de todos aquellos a quienes supo socorrer, generoso para aliviar un dolor.


Partida de una expedición al interior del Brasil, en busca de minas de oro. Detalle de un cuadro de José Ferraz de Almeida Júnior que se conserva en el Museo Paulista (Universidad de San Pablo).


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