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El deseo de María Tudor de engendrar un hijo la llevó a anunciar en varias oportunidades embarazos que luego resultaron imaginarios. El hecho de que la creencia en el embarazo por parte de la reina era cierta y no fingida queda demostrado en su testamento, en el cual dispone lo pertinente ante esta contingencia y que «sean para la prole que tengamos».
usalén e Irlanda, Defensora de Brabante, condesa de Habsburgo, Flandes y Tirol y legítima mujer del nobilísimo y virtuoso príncipe Felipe, por la misma Gracia de Dios Rey de los dichos Reinos y dominios, creyéndome embarazada del legítimo matrimonio con mi dicho tiernamente querido esposo y Señor, aunque, por lo demás, me hallo al presente (gracias sean dadas a Dios Todopoderoso) en buena salud, pero previendo los riesgos que por designio de Dios corren las mujeres en el alumbramiento de hijos, he creído procedente, tanto en descargo de mi conciencia como para la continuación de un buen orden en mis reinos y dominios, ordenar mi áltima voluntad y testamento». |