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USO DE ANTICONCEPCION ANTES Y DESPUES DEL ABORTO TERAPEUTICO
(especial para SIIC © Derechos reservados)
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uquck.jpg goodyear9.jpg Autor:
Goodyear-Smith, Felicity
Columnista Experto de SIIC

Institución:
Department of General Practice and Primary Health Care Faculty of Medical and Health Sciences University of Auckland Auckland, New Zealand

Artículos publicados por Goodyear-Smith, Felicity  
Coautor
Bruce Arroll, MB ChB PhD FRNZCGP* 
Department of General Practice and Primary Health Care, University of Auckland*

Recepción del artículo: 19 de mayo, 2004

Aprobación: 0 de , 0000

Primera edición: 7 de junio, 2021

Segunda edición, ampliada y corregida 7 de junio, 2021

Conclusión breve
En este estudio se compara el empleo de anticoncepción previa a un embarazo no planeado y posterior a un aborto terapéutico.

Resumen

Se comparó el uso de anticonceptivos, antes y después de un aborto terapéutico, en 1995, 1999 y 2002 en una clínica de Nueva Zelanda, mediante una revisión de casos consecutivos, anónimos y retrospectivos, de mujeres que concurrieron para la terminación de su embarazo. En 1999 se halló que la interrupción de los anticonceptivos orales en respuesta a los temores surgidos de la publicidad respecto de su vinculación con el tromboembolismo venoso fue del 9.5%. Casi el 50% de las usuarias de píldoras combinadas informaron que su embarazo se había producido por la suspensión del tratamiento, derivada del temor causado por los medios al sugerir que esos productos conllevaban riesgos para la salud, especialmente de “trombosis”. Estas mujeres que suspendieron el tratamiento tenían significativamente menos factores de riesgo identificados de tromboembolismo venoso que las usuarias de píldoras que no lo habían interrumpido por ese motivo. Los datos de 2002 indicaron la significativa declinación del uso de anticonceptivos preconcepcionales y el aumento de la elección del condón luego de la terminación del embarazo. Esto fue así principalmente por el creciente número de mujeres asiáticas que solicitaban el aborto. En 2002, 97% de las mujeres asiáticas no utilizaron anticonceptivos o sólo utilizaron condones antes de la concepción, y 62% eligieron condones o abstinencia luego de la terminación del embarazo. Los anticonceptivos orales fueron utilizados significativamente menos por las mujeres asiáticas que por las europeas antes del aborto (2.2% contra 31%; p = 0.0002) y luego de éste (23.5% contra 46%; p = 0.00006). Otros grupos étnicos mostraron pequeños cambios respecto del uso de anticonceptivos a lo largo del período de estudio.

Palabras clave
Aborto terapéutico, agentes anticonceptivos, planificación familiar

Clasificación en siicsalud
Artículos originales> Expertos del Mundo>
página www.siicsalud.com/des/expertos.php/68602

Especialidades
Principal: Obstetricia y Ginecología
Relacionadas: Atención PrimariaBioéticaMedicina FamiliarMedicina InternaSalud Pública

Enviar correspondencia a:
Dr. F. A. Goodyear-Smith. Department of General Practice & Primary Health Care. School of Population Health. Faculty of Medical & Health Sciences, University of Auckland. Private Bag 92019 Auckland, Nueva Zelanda. Goodyear-Smith, Felicity

Patrocinio y reconocimiento
Agradecimiento: Al personal de la clínica por su ayuda en la recolección de datos.

CONTRACEPTIVE USE BEFORE AND AFTER TERMINATION OF PREGNANCY

Abstract
Contraceptive use pre- and post-therapeutic abortion in 1995, 1999 and 2002 in a New Zealand clinic has been compared using retrospective anonymous consecutive case review of women presenting for termination of pregnancy. In 1999 it was found that panic-stopping of oral contraceptives in response to publicity-mediated fears regarding venous thromboembolism was implicated in 9.5%. Nearly 50% of combined pill users claimed their pregnancy resulted from panic-stopping because of media-promoted fear of health risks, especially “clots”. Panic-stoppers had significantly lower identified risk factors for venous thromboembolism than pill users who had not panic-stopped. In 2002 data indicated significant decline in pre-conception contraceptive use and increase in post-termination condom choice. This is predominantly from increasing numbers of Asian women presenting for abortion. In 2002 97% of Asian women used no contraception or condoms only pre-conception and 62% chose condoms or abstinence post-termination. Oral contraceptives are used significantly less by Asian than European women both pre-termination (2.2% compare 31%; p = 0.0002) and post-termination (23.5% compare 46%; p = 0.00006) Other ethnic groups showed little change in contraceptive use over the study periods.


Key words
Therapeutic abortion, contraceptive agents, family planning

USO DE ANTICONCEPCION ANTES Y DESPUES DEL ABORTO TERAPEUTICO

(especial para SIIC © Derechos reservados)

Artículo completo
Introducción
En Nueva Zelanda se ha observado un aumento constante de la tasa general de abortos a lo largo del tiempo, desde 14 por 1 000 mujeres con edades entre 15 y 44 años en 1990, hasta 16.2 en 1995 y 19.4 por 1 000 en 2001.1 En comparación, las tasas en los Países Bajos y Alemania fueron 7.4 y 7.7 (1999); en Finlandia, 10.7 (2000), y de hasta 22 pro 1 000 en Australia y los EE.UU. (1997). La buena educación sexual, que incluye información precisa sobre métodos anticonceptivos combinados, junto con la anticoncepción confiable y accesible, debería reducir la necesidad de terminar embarazos no deseados derivados tanto del fracaso anticonceptivo como de la falta de uso de anticonceptivos.
El aborto legal en Nueva Zelanda se encuentra indicado cuando la salud física o mental de la madre se vea perjudicada por el embarazo. La reforma de la ley de aborto en 1997 legalizó la terminación de los embarazos de menos de doce semanas, en establecimientos autorizados, si dos especialistas del Abortion Supervisory Committe determinaban, tras evaluar a la mujer, que ella tenía justificativos legales.2
La ley de Nueva Zelanda no permite el “aborto a pedido” de la paciente. La decisión no puede basarse en el acuerdo entre la mujer y su médico, sino que depende únicamente de que la paciente reúna los criterios legales especificados. Esto se determina generalmente sobre la base de que la continuación de su embarazo perjudique su salud mental más que la física. Las mujeres que reúnen los criterios para la terminación son asesoradas acerca de los métodos anticonceptivos para minimizar las concepciones subsiguientes no planeadas.
La información anticonceptiva se encuentra disponible libremente en Nueva Zelanda. Ésta se halla incluida en la currícula de la escuela secundaria.3 Los neozelandeses tienen acceso a la anticoncepción a través de los médicos de familia y las clínicas de planificación familiar distribuidas en toda la nación. Los condones pueden ser adquiridos libremente en farmacias y supermercados, así como en algunas máquinas expendedoras. Desde hace poco se dispone de la píldora anticonceptiva de emergencia (0.75 mg de levonorgestrel) de venta libre.
Los embarazos no deseados resultan de la falta de uso de métodos anticonceptivos o del fracaso de la técnica elegida. El uso relativo de métodos anticonceptivos se ve influido por una cantidad de factores, como la disponibilidad, el costo y la percepción de la efectividad y seguridad de cada método. Es interesante determinar si el uso, o la falta de uso, de varios métodos anticonceptivos por parte de las mujeres que concurren para la terminación de su embarazo, cambia a lo largo del tiempo.
El propósito de este estudio fue comparar el empleo de anticonceptivos previo a un embarazo no planeado y luego del aborto terapéutico en 1995, 1999 y 2002, en mujeres que concurrieron a una clínica de abortos en Nueva Zelanda. Los datos específicos de 1999 y 2002 fueron publicados previamente.4-6
Métodos
Se llevaron a cabo revisiones retrospectivas de casos consecutivos (200 a mediados de 1995, 400 a mediados de 1999 y mediados de 2002). El tamaño de la muestra aumentó en 1999 para evaluar con mayor precisión la contribución de la interrupción por el miedo a la píldora sobre los embarazos no deseados.
La información recolectada incluyó detalles demográficos (edad, raza, cantidad de partos, cantidad de abortos previos) y los métodos anticonceptivos utilizados al momento de la concepción (si es que había alguno) y luego del aborto. Cuando se pudo documentar el método anticonceptivo preconcepcional, se registraron los motivos de su fracaso.
Los métodos anticonceptivos incluyen píldoras combinadas y otras con sólo progestágenos, la inyección de acetato de medroxiprogesterona, los dispositivos anticonceptivos intrauterinos, la esterilización (ligadura tubárica y vasectomía), condones, diafragmas, el uso de píldoras anticonceptivas de emergencia y la “planificación familiar natural”. Cuando ésta última se combinó con el uso de condones, fue catalogada como uso de condones; cuando no se utilizaron condones, fue catalogada como “sin anticoncepción”. Se registraron los factores de riesgo de tromboembolismo venoso (antecedentes familiares, personales, venas varicosas, obesidad y trastornos de la coagulación) o de enfermedad arterial (hipertensión, hábito de fumar).
Los médicos de la clínica recolectaron la información anónima en forma retrospectiva. Los investigadores trabajaron basándose en un conjunto de datos global que contenía detalles no identificables de los pacientes individuales.
Resultados
No se hallaron diferencias entre los grupos de 1995 y 1999 respecto de la cantidad de partos o de antecedentes de abortos previos. Ambos fueron muy similares en cuanto a la edad y raza.
En 1999, el 23% de las mujeres tenía antecedentes de uso preconcepcional de anticonceptivos orales y el 19.5% (78/400) utilizaban píldoras combinadas (estrógeno más progestágenos) orales (tabla 1). Casi la mitad de las usuarias de píldoras combinadas (38/78) quedaron embarazadas tras haber suspendido la ingesta de píldoras debido al temor a poner en riesgo su salud promovido por los medios de comunicación. La suspensión de la ingestión de pñildoras por temor fue responsable del 9.5% (38/400) de los abortos evaluados en 1999. Al comparar las pacientes que habían interrumpido la píldora por temor con aquellas que tomaban píldoras combinadas pero que habían concebido por diversos motivos que provocaron el fracaso de la píldora, las primeras tenían significativamente menos factores de riesgo identificados de tromboembolismo que las últimas (2/38 contra 9/40, prueba exacta de Fisher a dos colas p = 0.048). Los factores de riesgo de tromboembolismo venoso fueron los antecedentes de trombosis venosa profunda o venas varicosas, antecedentes familiares de trombosis y obesidad. No se dispuso de los valores del índice de masa corporal, pero la obesidad relativa fue definida como un peso superior a 80 kg. No existieron casos registrados de mutación del factor V de Leiden, que origina un aumento de ocho veces en el riesgo de trombosis.7 No existió diferencia significativa en cuanto a la presencia de factores de riesgo arteriales, hipertensión previa o hábito de fumar más allá de los 35 años entre los dos grupos (3/38 contra 3/40, prueba exacta de Fisher p = 1.0).



Las edades de las mujeres que se presentaron en la clínica en 2002 fueron similares a las de 1995 y 1999. Alrededor del 80% tenían entre 20 y 39 años y dos tercios de ellas, entre 20 y 34. El estado civil era similar, con un poco más de la mitad identificadas como solteras. Similares porcentajes habían tenido abortos previos en cada uno de los tres años y casi dos tercios (67% a 69%) habían experimentando su primer aborto. Sin embargo, las mujeres que concurrieron a la clínica en 2002 diferían en varios aspectos de aquellas que lo hicieron en 1999 y 1995. En primer lugar, tenían menos probabilidades de haber tenido hijos (65% de nulíparas, en comparación con 41% y 48%, respectivamente), era mucho más probable que fuesen estudiantes (43% contra 16% y 18%) y que se encontraban –en consecuencia– menos involucradas en tareas hogareñas o en el cuidado de niños (7% contra 30% y 32%).
El cambio más significativo se observó en la raza (tabla 2). En 1995, el 62% de las mujeres eran neozelandesas europeas, cifra que cayó hasta 55% en 1999, y hasta 33% en 2002. La cantidad de maoríes había disminuido también significativamente, desde 22% en 1995 y 26% en 1999 hasta 8% en 2002. La mayoría de las mujeres (55%) atendidas en la clínica en la muestra de 2002 eran de origen asiático, que aumentó desde 12% en 1995 hasta 13% en 1999. Aunque el término “asiáticas” incluye varias nacionalidades, entre ellas coreana, japonesa, india y tailandesa, la abrumadora mayoría de estas mujeres eran chinas, principalmente mujeres jóvenes no residentes en Nueva Zelanda, como estudiantes e inmigrantes recientes.



Las mujeres que consultaron en 2002 tenían muchas más probabilidades de haber utilizado anticonceptivos (30.5%) respecto de aquellas que lo hicieron en 1999 (51.5%) o 1995 (54.5%). El uso de condones declinó desde 35% en 1995 hasta 26.5% en 1999 y hasta 22% en 2002. Existió un cambio respecto del uso de anticonceptivos orales, con 16.5% que empleaba píldoras anticonceptivas antes de la concepción en 1995, aumentando hasta 23% en 1999, y disminuyendo hasta 8% en 2002.
Más del 90% de las mujeres dejaron la clínica luego del aborto con alguna forma de anticoncepción (tabla 3). El condón se convirtió en el método anticonceptivo más popular, con un aumento desde 10.5% en 1995 hasta 14.75% en 1999 y 38% en 2002. Los anticonceptivos orales fueron menos populares, ya que descendieron desde casi la mitad de los métodos elegidos (48.5%) en 1995 hasta 39.75% en 1999 y menos de un tercio (33%) en 2002. La inyección anticonceptiva de acetato de medroxiprogesterona experimentó similar disminución de popularidad, desde 21% en 1995 hasta 6.75% en 2002.



Una posible causa de la marcada reducción del uso de píldoras preconcepcionales (desde 23% en 1999 hasta 8% en 2002) podría ser el temor generalizado respecto del método, que resultase en el uso de métodos alternativos, o la desilusión con el uso del anticonceptivo. El 23% de los embarazos registrados en la muestra de 1999 obedecieron al fracaso de la píldora, y casi la mitad de las usuarias de píldoras combinadas señalaron que su embarazo se había producido por la suspensión del método originada en el miedo. En 1995 y 1999, la mayoría de las mujeres que concurrían a la clínica eran neozelandesas europeas. En 2002, este grupo había disminuido hasta un tercio. Sin embargo, las neozelandesas europeas eran todavía las mayores usuarias de la píldora, observándose leve aumento de su uso en 2002 respecto de 1999.
En 1999, 74% de las mujeres no empleaban anticoncepción (48%) o empleaban condones (26%) y algunas de ellas los empleaban sólo en forma intermitente. En 2002 estas cifras aumentaron hasta 91.5% (69.5% que no empleaban anticonceptivos y 22% que utilizaban sólo condones). Las mujeres asiáticas, especialmente las estudiantes chinas no residentes, eran el grupo étnico predominante entre las que concurrieron a la clínica en 2002. Las mujeres asiáticas eran más jóvenes que las europeas (promedio de edad de 22 años, en comparación con 29.9 años para las europeas), más frecuentemente solteras (135/221, 61% en comparación con 59/131, 45%; p = 0.003) y era mucho más probable que fuesen nulíparas (174/221, 79% en comparación con 68/131, 52%; p < 0.00001). El 80% (177/221) de las mujeres asiáticas evaluadas en 2002 no empleaban anticonceptivos preconcepcionales; un 17% adicional (38/221) refirió haber utilizado condones y sólo 2.7% (6/221) había empleado métodos más confiables (5 usuarias de píldoras y una de dispositivo intrauterino). Mientras que más mujeres asiáticas dejaron la clínica con un método anticonceptivo confiable respecto de las que lo habían utilizado antes de la concepción (píldoras = 24% [52/221]; DIU = 9% [20/221]), acetato de medroxiprogesterona = 4.5% (10/221); a la espera de esterilización = 0.9% (2/221), el 62% se mostraban aún dispuestas a confiar sólo en el uso de condones (56%, 123/221) o en la abstinencia (6.3%, 14/221).
Era significativamente más probable que las mujeres europeas utilizaran píldoras anticonceptivas orales tanto antes del aborto (25/131, en comparación con 5/221; prueba exacta de Fisher: p = 0.0001) como luego de él (61/131 en comparación con 52/221; χ = 16.01; df = 1; p = 0.00006).
Discusión
En 1995, y en respuesta a la publicación sensacionalista en los medios acerca del aumento del riesgo potencial de trombosis venosa profunda y embolia pulmonar, existió un cambio masivo de marcas de anticonceptivos, desde las de tercera hacia las de segunda generación, y muchas mujeres suspendieron inmediatamente el uso de las píldoras. El 41% de las mujeres interrumpieron el tratamiento con anticonceptivos orales cuando este anuncio se hizo público y 61% no terminaron su ciclo.8 Hacia 1996 se registró un considerable aumento de la tasa de abortos en Gran Bretaña y varios otros países europeos, atribuido al temor hacia la píldora surgido en 1995.9,10 Inicialmente, el público neozelandés recibió muy poca información acerca de este hecho, aunque el Ministerio de Salud aconsejó que las mujeres que utilizaban píldoras de tercera generación discutieran sus necesidades anticonceptivas con su médico de familia ante la necesidad de una nueva prescripción.11 Se publicaron cuatro estudios que demostraban bajo riesgo relativo de trombosis venosa con las píldoras de tercera generación respecto de las de segunda generación, entre 1.5 y 2.3.7,12-14 En junio de 1996, el Comité de Reacciones Adversas de los Medicamentos aconsejó evitar el excesivo énfasis sobre los riesgos, para que el fenómeno británico del “temor hacia las píldoras” no se repitiese en Nueva Zelanda. Un grupo de defensoras de los derechos de la mujer se opuso a la suposición de que éstas debían interrumpir el empleo de las píldoras ya que era “insultante y no había sido probada”.15
En 1998, los médicos neozelandeses fueron informados de que al menos 6 mujeres medicadas con píldoras de tercera generación habían muerto por embolia pulmonar entre 1993 y 1998.16 Algunos casos involucraron factores de riesgo (obesidad, inmovilización, lesiones en miembros inferiores, síntomas recientes sugerentes de trombosis venosa profunda). A los médicos se les aconsejó utilizar preferentemente píldoras de segunda generación, pero también respetar la elección de la paciente respecto de la píldora. Junto con los informes de la prensa oficial y las indicaciones para que los médicos eduquen a sus pacientes, el tema de “las embolias y la píldora” fue ampliamente cubierto por los medios de comunicación populares desde inicios de 1999. El mensaje subrayaba que las píldoras anticonceptivas eran frecuentemente “peligrosas” y se acompañaba con “historias de horror” que algunas veces no distinguían entre los riesgos de enfermedad arterial (accidente cerebrovascular e infarto de miocardio) y los riesgos de trombosis venosa.
La interrupción del empleo de las píldoras a cuasa del temor se relacionó con sólo una pequeña minoría de los abortos estudiados en 1999. Mientras que Nueva Zelanda no parece haber sufrido el marcado aumento de las tasas de aborto experimentado en Inglaterra y otros países europeos luego del temor hacia la píldora surgido en 1995,17 se documentaron varios casos de embarazos no deseados que obedecieron al temor hacia la píldora, con potencial estrés psicológico y morbilidad física. Aquellas mujeres que abandonaron la píldora por temor se encontraban en un menor nivel de riesgo que las que continuaron tomándola pese al miedo generado. Irónicamente, los embarazos no deseados consecutivos a la interrupción del anticonceptivo por temor expusieron a las mujeres a riesgos significativamente mayores de trombosis asociada con el embarazo.
Anteriormente se creía que el aumento del riesgo relativo de trombosis venosa asociado a las píldoras anticonceptivas se vinculaba con la dosis de estrógeno y no con la potencia del progestágeno,18 por lo cual las píldoras de segunda generación (30 a 50 μg de estrógenos) serían más seguras que las de primera generación (> 50 μg). No existe aumento de riesgo con el uso de píldoras con sólo progestágenos. Mientras que la trombosis venosa podría ser el evento cardiovascular más comúnmente asociado con el uso de píldoras anticonceptivas combinadas, la tasa de mortalidad es de sólo aproximadamente 1% a 2%, mientras que 5% a 10% de los accidentes cerebrovasculares y hasta 50% de los infartos de miocardio son mortales.19 Parecen existir diferencias en cuanto al riesgo de accidente cerebrovascular entre las píldoras de segunda y tercera generación.20,21 Los estudios sugieren que las píldoras de tercera generación se asocian con disminución del riesgo de infarto de miocardio, en comparación con las de segunda generación.22,23
El aumento del riesgo de tromboembolismo con las píldoras de tercera generación necesita ser analizado en perspectiva. El riesgo basal de tromboembolismo venoso de las no usuarias de píldoras es de 1 en 30 000 mujeres por año; con el uso de píldoras de segunda y de tercera generación, los estudios de 1995 hallaron que éste era de 1 en 10 000 y 2 en 10 000, respectivamente. El riesgo de muerte por tromboembolismo durante el embarazo es de al menos 20 veces el riesgo de muerte con las píldoras de tercera generación.24 El tromboembolismo venoso es sólo uno de los posibles riesgos de los anticonceptivos y debe ser puesto en el contexto con los demás riesgos y beneficios de las píldoras combinadas y otros métodos anticonceptivos, así como los riesgos diarios que todos enfrentamos. Mientras que las píldoras combinadas pueden aumentar el riesgo de enfermedad cardiovascular en algunas mujeres, también disminuyen el riesgo de cáncer de ovario y endometrio. Un estudio efectuado sobre 46 000 mujeres a lo largo de 25 años halló un riesgo similar de muerte por todas las causas en las que alguna vez usaron anticonceptivos orales y las que nunca los emplearon.25 Los beneficios globales de las píldoras anticonceptivas para las mujeres y la sociedad superan ampliamente sus riesgos.17
Pese a la interrupción por temor a los anticonceptivos orales en 1999, cuando las píldoras de tercera generación se vincularon con mayor tasa de tromboembolismo venoso,5 el uso de esta forma de anticoncepción no cambió significativamente entre las mujeres neozelandesas europeas en 2002. Sin embargo, en 2002 la mayoría de las píldoras anticonceptivas combinadas prescritas eran de segunda generación y no de tercera. Los datos de prescripción indican que en 1995 las píldoras de tercera generación representaban el 76% (356 959/471 282) de todas las píldoras anticonceptivas orales combinadas prescritas, pero sólo el 18% (68 864/383 954) en 2002.26 En 1995, la mitad de las usuarias de píldoras habían interrumpido este método por temor, mientras que en 2002 ninguna mujer había refirido ese fenómeno.
Una potencial debilidad de este estudio es que los datos se basan en el informe retrospectivo de métodos anticonceptivos utilizados antes de concebir los embarazos no deseados. Es una política de la clínica registrar qué método anticonceptivo preconcepcional utilizaban las pacientes, si es que utilizaban alguno, y los motivos de su fracaso. Es posible que las mujeres hubiesen señalado un fracaso anticonceptivo antes que admitir falta de uso, por vergüenza o por temor de que reconocer este hecho perjudicase su acceso a un aborto. Sin embargo, dado el alto porcentaje de mujeres (hasta 69% en 2002) que reconocieron libremente no haber empleado métodos anticonceptivos antes del embarazo, parece probable que las respuestas respecto del uso preconcepcional de anticonceptivos sean razonablemente precisas y que su uso haya sido sobreestimado más que subestimado.
Es reconfortante que casi el 90% de las mujeres dejasen la clínica luego del aborto habiendo elegido un método anticonceptivo. Sin embargo, esto podría reflejar las recomendaciones brindadas por el personal de la clínica (médicos y enfermeras) con el fin de ayudar a esas mujeres a evitar futuras relaciones sexuales no protegidas. No existe coerción para que las mujeres acepten un método anticonceptivo, pero se les brinda información precisa acerca de los métodos anticonceptivos y facilidades para acceder a ellos, dentro de un amplio rango de técnicas contraceptivas disponibles.
Desgraciadamente, el hecho de que las mujeres puedan seleccionar una forma de control de la natalidad luego de un aborto terapéutico no asegura que continúen empleándola en el futuro. Un estudio realizado con mujeres adolescentes halló que, mientras que el 93% había elegido una forma confiable de anticoncepción luego del aborto, sólo el 28% refirió utilizar un método anticonceptivo en la consulta de control efectuada dentro del año siguiente.27
Otro hecho que se hizo evidente en 2002 fue que las mujeres asiáticas, que son actualmente el grupo étnico predominante entre las que concurren a la clínica, no utilizaban métodos anticonceptivos confiables antes o después del aborto. La cambiante proporción de etnias de la población que concurre a la clínica refleja los cambios ocurridos en la sociedad y la prestación de salud en Nueva Zelanda. Muchas mujeres maoríes de pequeños pueblos o áreas rurales solían concurrir a la clínica porque no disponían de servicios de aborto terapéutico en sus localidades, y esta deficiencia no ha sido aún remediada. Nueva Zelanda ha asistido, además, al gran flujo de mujeres jóvenes asiáticas, especialmente chinas, que ingresaron al país como estudiantes, y esta mayoría de estudiantes chinas nulíparas se ha puesto en evidencia en la cambiada demografía de las mujeres que utilizan los servicios de la clínica.
La falta de uso de anticonceptivos por parte de las mujeres asiáticas que concurren para la terminación de su embarazo y su confianza en el uso de condones luego del aborto son hechos particularmente preocupantes. Estas mujeres son chinas, predominantemente no residentes o recientemente inmigradas y muchas son estudiantes que se encuentran lejos de su familia, que carecen de educación anticonceptiva normalmente disponible para las jóvenes neozelandesas. Ellas demuestran una profunda resistencia al uso de formas de anticoncepción diferentes del condón y rara vez consideran la utilización de anticonceptivos orales, que ellas creen peligrosos. Esta actitud fue señalada firmemente por el personal de la clínica, tanto enfermeras asesoras como médicos, incluso las enfermeras chinas empleadas por la clínica se enfrentan con una resistencia similar a considerar el uso de anticonceptivos orales por parte de las pacientes asiáticas. Un estudio sobre mujeres chinas que concurrían a Canadá para realizarse un aborto halló similares actitudes negativas hacia los anticonceptivos orales.28
El uso de condones ciertamente reduce la incidencia de embarazos no deseados y ofrece protección contra algunas enfermedades de transmisión sexual. Un estudio de casos y controles halló que el uso regular de condones redujo la fecundidad en 88.9%, en comparación con el 89.3% con el uso del diafragma, 97.8% con la píldora, 97.6% con el DIU, 99.5% con la vasectomía y 99.8% con la esterilización femenina.29 Nuestra preocupación respecto de la elección del condón se vincula más con su uso inadecuado que con el fracaso del preservativo en sí. Las mujeres asiáticas frecuentemente rechazan el ofrecimiento de muestras gratis de condones; ellas opinan que es el hombre quien debe proveer el profiláctico y mantienen una creencia errónea, ampliamente difundida, de que los condones no son necesarios en la primera semana siguiente a la finalización de la menstruación. Mientras que la evidencia conjunta indica que los beneficios de las píldoras anticonceptivas superan ampliamente los riesgos,17 estas mujeres continúan opinando que la píldora es “mala” para ellas.
Mientras que en Nueva Zelanda existen restricciones legales e inquietudes éticas respecto del aborto, su práctica es promovida activamente en la República Popular China, en línea con la política de tener un solo hijo para reducir el crecimiento poblacional.30 Es también culturalmente inaceptable para las mujeres chinas no casadas concebir y criar un hijo. Un estudio chino acerca del aborto en pacientes no casadas indicó que las mujeres confiaban en el aborto como método de planificación familiar más que como medio de respaldo en caso de fracaso anticonceptivo.31
Recomendaciones
Se requieren estrategias para disminuir el impacto de la futura aparición de fenómenos como el “temor hacia la píldora” provocado por los medios. Por ejemplo, las autoridades sanitarias deberían considerar modos tradicionales de informar a las mujeres respecto de los riesgos potenciales para la salud derivados de los anticonceptivos orales, para evitar que las mujeres con bajo riesgo se vean enfrentadas con los riesgos que acarrean los embarazos no deseados. Las mujeres deberían ser llamadas por las clínicas de planificación familiar, los médicos de familia u otros prestadores de salud para discutir estos aspectos, a partir de una visita establecida por la autoridad sanitaria pertinente o la compañía farmacéutica. La autoridad podría prohibir que los medios publiquen información hasta que las mujeres tengan oportunidad de discutir este tema con su prestador de salud. Hasta donde sabemos, esto no ha sido ensayado nunca, y vale la pena hacerlo.
El porcentaje de mujeres asiáticas que abortan en el ámbito nacional se duplicó desde 6.5%, en 1994,32 hasta 13.2%, en 2001.33 La última década ha asistido a la afluencia de jóvenes chinas arribadas a Nueva Zelanda, tanto familias inmigrantes como no residentes que concurren para asistir a institutos educativos secundarios y terciarios. Estas últimas carecen a menudo de apoyo familiar y podrían beneficiarse de la relativa libertad sexual que experimentan en comparación con la situación en su país natal. La gente joven requiere educación sexual inmediata que incluya información precisa sobre las opciones anticonceptivas y que se le aconseje que no considere el aborto como método anticonceptivo.
Nosotros recomendamos que se establezca un vínculo entre el sector de cuidados primarios de la salud y los legisladores de políticas de inmigración y otros servicios que asisten a estudiantes extranjeras para desarrollar y proveer una educación culturalmente apropiada para esta población.
Los autores no manifiestan conflictos.


Bibliografía del artículo

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