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Un número significativo de vagabundos con enfermedad mental y sin ella son adictos a drogas. Los que padecen afecciones mentales pueden manifestar conductas de mayor riesgo, por hipersexualidad, escaso control de los impulsos, alteraciones del juicio y falta de conciencia de los riesgos, y suelen ser víctimas de ataques carnales.En un reciente artículo de Susser y colaboradores se puntualizan más evidencias en favor de estas mismas observaciones: entre 218 sujetos atendidos en un programa de protección a los vagabundos implementado por la ciudad de Nueva York, los entrevistadores comprobaron que el 23% se inyectaba drogas, y el 66% de los que lo hacían tenía el hábito de compartir las agujas. Apenas once practicaban técnicas de esterilización; el 48% manifestó lisa y llanamente que sus amigos se sentirían ofendidos si ellos se rehusaban a compartir las agujas. Había también un 48% que admitía mantener relaciones sexuales sin preservativo; el 16% manifestó practicar sexo anal sin protección. Susser destaca que en un estudio previo sobre el mismo grupo de vagabundos se había podido comprobar 19% como índice general de seroprevalencia de VIH. En los drogadictos por vía intravenosa, la cifra se elevaba al 45 por ciento.Los datos señalados ponen de manifiesto la gravedad del problema de las conductas de riesgo para esta patología, en los enfermos mentales que vagabundean por las calles y pernoctan allí. Contra lo que habitualmente se cree, los enfermos mentales suelen ser sexualmente activos. Es considerable el porcentaje de homosexuales, superior incluso al de la población general. La autoevaluación del riesgo de contraer esta infección es menor de cuanto se esperaba, por un fenómeno de negación o por carencia de conocimiento de los factores de riesgo. La drogadicción afecta, según el subgrupo que se estudia, a 20 a 75% de los vagabundos con enfermedad mental. En los que no la tien se han dado valores variables, según los distintos estudios, aunque siempre elevados. Infortunadamente, la intervención es con esta población una de las tareas más dificultosas: en primer lugar, por la carencia de domicilio fijo. La mejor forma de llegar a estos individuos sería abrir hogares de tiempo parcial, e impulsar la generalización de hogares grupales y la extensión de los programas de rehabilitación de drogadictos. En otras palabras, lo esencial es brindar techo a los vagabundos; una vez logrado ese objetivo, se tratarán los problemas psiquiátricos o de adicción a las drogas, y al mismo tiempo se efectuará el control de los factores de riesgo de VIH. Otra alternativa de este plan es que las intervenciones así realizadas podrían ser útiles para ayudar a establecer relaciones más firmes con los sistemas de salud. Los recursos para ayudar a estos individuos ya eran difíciles de obtener antes de la presente epidemia de VIH, y ahora lo son mucho más. Desde luego, si se toma la decisión de ayudar a estas personas será necesario combinar los esfuerzos de quienes se interesan por los vagabundos, de los investigadores y de los trabajadores de la salud.