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LA VOCACIÓN MÉDICA
(especial para SIIC © Derechos reservados)
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Felipe Rilova Salazar
Columnista Experto de SIIC



Artículos publicados por Felipe Rilova Salazar 

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Primera edición: 7 de junio, 2021

Segunda edición, ampliada y corregida 7 de junio, 2021

Conclusión breve
A partir de un ejemplo en el que se describen tres posibles causas del llanto, se elaboran una serie de conceptos acerca de la vocación médica.

Resumen



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Especialidades
Principal: Medicina Interna
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LA VOCACIÓN MÉDICA

(especial para SIIC © Derechos reservados)

Artículo completo
Alguien puede lagrimear por pelar cebollas, y en ese caso, si la tarea es ineludible, será necesaria la difusión de un colirio, a partir de un trabajo dedicado a investigar científicamente la neutralización de los ácidos que se desprenden de la cebolla. En otro caso alguien puede llorar por algo aparentemente trivial, o por un estado de tristeza inexplicable para sí mismo, y podrá participarlo a un psicoanalista que lo escuche. Una tercera posibilidad es que se pueda llorar por una tragedia o una pérdida irreparable, y si algo cabe en estas circunstancias -en cuanto huelgan las palabras-, es la presencia de algún amigo que acompañe en silencio.Hasta este punto las cosas nos muestran tres situaciones muy diferentes. El quehacer científico participa en la asistencia en la primera; el psicoterapéutico atiende a la segunda y el amistoso a la tercera. Si ahora quisiéramos incluir a la vocación médica en este ejemplo, diríamos que es aquella que se interesa por cualquiera de estos tres eventos, buscando la modalidad operativa adecuada a la asistencia de cada una de ellos. Se dirá, tal vez, que una persona por sí sola no puede dar cuenta de una aspiración tan amplia, pero esta es una objeción teórica, porque en lo concreto la tarea médica se enfrenta con frecuencia con situaciones que se asimilan y conjugan los distintos términos del ejemplo. También se dirá que, en los hechos, cuando un médico ve llorar a alguien no hace más que buscar cebollas; pero en este punto es importante diferenciar el discurso de la medicina -como institución social- de la persona del médico en particular, quien por su vocación está inclinado a considerar integralmente a la persona que atiende; esto es: tanto en la dimensión objetiva, subjetiva y social de sus síntomas. No obstante, como dice Canguilhem, generalmente se llega al ejercicio de la medicina sin tener una idea acabada de lo que son sus teorías1 y, posteriormente, estas mismas teorías suelen ser un impedimento para lo que la vocación se propone. En términos de Marañón: «En esa hora oscura de la adolescencia en que se elige la carrera casi sin saber por qué, porque la vocación no existe aún o es sólo un esbozo instintivo que todavía titubea, yo estoy seguro de que muchos jóvenes se inclinan a la Medicina no por lo que ésta tiene de ciencia experimental y rigurosa, ni siquiera por sus posibilidades de profesión pingüe, sino por su leyenda sentimental y romántica, de sacrificio, de humanitarismo, de contacto dramático con el corazón de los hombres».2Por cierto, el modelo de pensamiento que sostiene una praxis puede convertirse, con el tiempo, en el modo de pensar de quienes la practican. Se asimilan así la serie de implícitos que configuran lo que se conoce como la típica mentalidad médica, pero esta «mentalidad» no agota las posibilidades de desenvolvimiento de tal o cual médico. Al hablar de mentalidad «típica» hacemos mención a una tipificación, y toda tipificación es una realidad genérica que, como tal, entraña el anonimato. Por eso es necesario recordar que el médico no es sólo el funcionario á9É3 de un discurso, o el influido por un modelo que recibe durante su instrucción, y es menester tener en cuenta que interviene aquí un llamado, «la vocación», siendo este llamado el que buscará estar a la altura de su quehacer, y atento a discernir cuándo es prioritario escuchar, cuándo acompañar y cuándo investigar cebollas.Desde nuestra tradición, el cuerpo y la vida anímica se encuentran en recintos conceptuales y académicos muy distintos y muy mal comunicados. Sin embargo, muchos pacientes «llaman» a la espera de ser considerados integralmente durante su asistencia. La que reconoce y se propone responder a ese llamado es la vocación médica, la cual se verá inclinada a traspasar las divisiones académicas vigentes en respuesta a este llamado.Ahora bien, según dice Carnap: «Si uno está interesado en las relaciones entre campos que, a tener de las divisiones académicas al uso, pertenecen a departamentos diferentes, no se le acogerá como "constructor de puentes", como se podría esperar, sino que ambas partes tenderán a considerarlo un extraño y un intruso inoportuno».3 Este comentario expresa, acaso, una de las principales dificultades que afronta la vocación médica en relación con su aspiración transdisciplinaria. En relación con las líneas escritas por Carnap caben algunas precisiones, teniendo en cuenta su carácter autobiográfico, relativo a las dificultades que debió afrontar en su tesis doctoral de acuerdo con su interés por establecer las relaciones entre la física y la filosofía. Corría el año 1921. Hoy, las relaciones entre la física y la filosofía se han estrechado en muchos casos, como lo demuestra el interés filosófico despertado por los trabajos actuales de Ilya Prigogine referidos a la física del caos.4 Algo semejante sería de esperar en la medicina, en orden a su «llamado» a integrar los aportes de diferentes ciencias. Pero en este punto conviene dejar en claro que, aún frente a la necesidad de integrar los aportes de diferentes ciencias, la mentada «construcción de puentes» muchas veces es imposible, más allá de la buena disposición de los constructores. En términos de Dominique Lecourt: «Dentro de un saber coherente un concepto se relaciona con todos los demás».5 Pero en nuestro caso sucede que muchos de los campos llamados a intervenir en la praxis médica aportan contenidos que proceden de teorías que difieren de los esquemas de asimilación del habitual modelo médico, lo cual hace necesario revisar la noción de «coherencia» tanto como la de «puente», en cuanto constituyen, a veces, metas imposibles de alcanzar. Entonces lo que cabe es tolerar los «abismos cognitivos» que nuestro quehacer comporta. Volviendo a lo planteado al principio: el ejemplo del llanto y las lágrimas evidencia, de modo irrecusable, un hecho permanentemente desestimado por el discurso de la ciencia. Pero es fuerte el peso de la tradición dualista que pervive en la cultura, incidiendo en la institución e instrucción médica, preparando al médico para la atención del cuerpo aislado, aún cuando abunden las evidencias que lo muestran como un proceso integral, donde se articulan e influyen recíprocamente los distintos órdenes de la condición humana.Por eso, si bien desde el conjunto de la cultura contamos con ­7É3 recursos que, en gran medida, permiten atender muchas veces eficazmente a estos distintos órdenes, dichos recursos no suelen ser tenidos en cuenta, acaso por la carencia de puentes teóricos entre sí. Por eso interesa en medicina, más que en ningún otro campo, la revisión epistemológica de los paradigmas y el manejo -o al menos el conocimiento básico- de más de un modelo conceptual a los fines de fijar estrategias conjuntas. Esta tarea integradora sólo puede desarrollarla un equipo transdisciplinario; esto es, un equipo que tolere la participación de disciplinas de cuño diferente . Vocacionalmente, entonces, el campo de las ciencias de la naturaleza, el de la objetividad -aquel en el que se investigan y desarrollan objetos- deberá integrar a las ciencias del hombre o de la subjetividad, y hacer lugar también a ese tercer campo, en el que se detienen las palabras frente a lo que no puede ser dicho.Todo esto habrá de demandar tiempo y un ejercicio intelectual sostenido. Aún así, la tarea no habrá de resultar imposible si se desarrolla en un equipo en el que cada cual reconoce su sistema terapéutico o teórico como un medio más, y puede tener en cuenta que las teorías y «los sistemas no existen en la naturaleza -como decía Bernard- sino sólo en la mente de los hombres».6 Montada entonces sobre distintas ciencias, la vocación médica deberá ser la que cabalga, mientras va reconociendo a su paso la realidad social que atraviesa. La mirada del jinete se habrá de poner cada tanto, en el espacio abierto al que su mismo cabalgar lo dirige. Espacio irrepresentable, donde reside el misterio del dolor y de la vida humana; allí las teorías no tienen nada que decir o reflejar, y sólo cabe el testimonio de una presencia que acompaña. Bibliografía1. Canguilhem, Georges. «Lo normal y lo patológico», pág. 21 Siglo XXI. México. Séptima edición, 1986.2. Marañón, Gregorio. «La medicina y nuestro tiempo», pág. 84 Espasa Calpe, Buenos Aires, 1954.3. Carnap, Rudolf. «Autobiografía intelectual», pág. 41. Paidós Ibérica. 1ra. Edic., Barcelona, 1992.4. Prigogine, Ilya. «El Fin de las Certidumbres», Andrés Bello, Santiago, Chile, 1996. 5. Lecourt, Dominique. «La historia epistemológica de Gerorges Canguilhem», en Canguilhem G. o.c. pág. XIII. 6) Lyons-Petrucelli. «Historia de la Medicina», pág. 524. Doyma, Barcelona, 1980.


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